A Quefren refieren que sucedió en el trono un hijo de Quéope, por nombre Micerino, quien, desaprobando la conducta de su padre, mandó abrir los templos, y que el pueblo, en extremo trabajado, dejadas las obras públicas, se retirara a cuidar de las de su casa, y tomara descanso y refección en las fiestas y sacrificios. Entre todos los reyes, dicen que Micerino fue el que con mayor equidad sentenció las causas de sus vasallos, elogio por el cual es el monarca más celebrado de cuantos vio el Egipto. Llevó a tal punto la justicia, que no solo juzgaba los pleitos todos con entereza, sino que era tan cumplido, que a la parte que no se diera por satisfecha de su sentencia, solía contentarla con algo de su propia casa y hacienda; mas a pesar de su clemencia y bondad para con sus vasallos, y del estudio tan escrupuloso en cumplir con sus deberes, empezó a sentir los reveses de la fortuna en la temprana muerte de su hija, única prole que tenía. La pena y luto del padre en su doméstica desventura fue sin límites, y queriendo hacer a la princesa difunta honores extraordinarios, hizo fabricar en vez de urna sepulcral, una vaca de madera hueca y muy bien dorada en la cual dio sepultura a su querida hija.