Sobre esta vaca y estos colosos hay, pues, quien cuenta que Micerino, prendado de su hija, logró cumplir, a despecho de ella, sus incestuosos deseos, y que habiendo dado fin a su vida la princesa colgada de un lazo, llena de dolor por la violencia paterna, fue por su mismo padre sepultada en aquella vaca. Viendo la madre que algunas doncellas de palacio eran las que habían entregado el honor de su hija a la pasión del padre, les mandó cortar las manos, y aun pagan ahora sus estatuas la misma pena que ellas vivas sufrieron. Los que así hablan, a mi entender, no hacen más que contarnos una fábula desatinada, así en la sustancia del hecho como en las circunstancias de las manos cortadas, pues solo el tiempo ha privado a los colosos de las suyas, que aun en mis días se veían caídas a los pies de las estatuas.