Después de la desventura de su hija tuvo el rey otro disgusto, por haberle venido de la ciudad de Butona un oráculo en que se le decía no le restaban más que seis años de vida, y que al sétimo debía acabar su carrera. Lleno de amargura y sentimiento, Micerino envió sus quejas al oráculo, mandando se le manifestase lo importuno de su predicción, pues habiéndose concedido muy larga vida a su padre y a su tío, que cerraron los templos, y que despreciaron a los dioses como si no existieran, y que se complacieron en oprimir al linaje humano, intimábale a él, a pesar de su piedad y religión, que dentro de tan corto tiempo había de morir. Entonces, dicen, vínole del oráculo por respuesta que por la misma conducta que alegaba se le acortaban en tanto grado los plazos de la vida, por no haber hecho lo que debía, pues la opresión fatal del Egipto, que sus dos antecesores en el trono habían cumplido muy bien, y él no, estaba dispuesto que durase 150 años. Oído este oráculo, y conociendo Micerino que estaba ya dado el fallo contra su vida, mandó fabricar una multitud de candeleros, a fin de que su luz convirtiese la noche en día, y desde entonces empezó a entregarse sin reserva a todo género de diversión y regalo, comiendo y bebiendo sin parar día y noche, y no dejando ni lago, ni prado, bosque o vega al que no fuera donde quier supiese haber algún paraje ameno y delicioso, apto para su recreo y solaz. Todo lo cual discurrió y practicó con el intento de desmentir al oráculo, declarándole falso y engañoso con hacer que sus seis años fatales valieran por doce convertidas las noches en otros tantos días.