XXVIII

Ninguno de cuantos hasta ahora traté, egipcio, Libio o griego, pudo darme conocimiento alguno de las fuentes del Nilo. Hallándome en Egipto, en la ciudad de Sais, di con un tesorero de las rentas de Minerva, el cual, jactándose de conocer tales fuentes, creí querría divertirse un rato y burlarse de mi curiosidad. Decíame que entre la ciudad de Elefantina y la de Syena, en la Tebaida, se hallan dos montes, llamado Crophi el uno y Mophi el otro, cuyas cimas terminan en dos picachos, y que manan en medio de ellos las fuentes del Nilo, abismos sin fondo en su profundidad, de cuyas aguas la mitad corre al Egipto contraria al Bóreas, y la otra, opuesta al Noto, hacia la Etiopía. Y contaba, en confirmación de la profundidad de aquellas fuentes, que reinando Psamético en Egipto, para nacer la experiencia mandó formar una soga de millares y millares de orgias y sondear con ella, sin que se pudiese hallar fondo en el abismo. Esto decía el depositario de Minerva; ignoro si en lo último había verdad. Discurro en todo lance que debe existir un hervidero de agua que con sus borbotones y remolinos impida bajar hasta el suelo la sonda echada, impeliéndola contra los montes.

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