Así dijo Carilao, y aceptó Menandrio el partido que su furioso hermano le proponía, no porque hubiera perdido de modo el sentido común que con sus tropas se lisonjeara de salir victorioso del ejército del rey, sino ciego de envidia, si no me engaño, contra la dicha de Silosonte, no sufriendo que éste con las manos limpias, sin pérdida de gente y sin el más mínimo menoscabo, viniera a ser señor de tan rico estado. Debió, pues, querer irritar antes a los persas para empeorar y turbar así el estado de Samos y dejarlo revuelto y perdido a su sucesor, pues bien veía que los samios, cruelmente irritados por su hermano, vengarían en los persas la injuria recibida. Por su persona nada tenía que temer, sabiendo que de todos modos tendría libre, y segura la salida de la isla, siempre que quisiese, pues a este fin tenía ya prevenida una mina o camino subterráneo que salía al mar desde la misma ciudadela. Así pues, Menandrio, embarcándose furtivamente, salió de Samos; y Carilao, haciendo tornar las armas a sus tropas, abiertas las puertas de la plaza, dejóse caer de repente sobre los persas, descuidados y seguros de semejante traición, como que estaban del todo creídos de que la paz quedaba ya concluida y ajustada. Envisten los guardias de Carilao contra los persas que reposaban en sus asientos, y fácilmente pasan a cuchillo a todas las cabezas del ejército persiano, pero acudiendo después lo restante de él a la defensa de sus caudillos, y cargando sobre las tropas mercenarias de Carilao, las obligaron a encerrarse de nuevo en la ciudadela.