CXLVIII

Entretanto, Menandrio, huyendo de Samos, iba ya navegando hacia Lacedemonia. Aportado allí felizmente, desembarcó todo el equipaje e hizo con los muebles preciosos que consigo traía lo que voy a referir. Coloca en su aparador la copiosa vajilla que tenía de oro y plata, mandando a sus criados que la limpien y bruñan primorosamente. Mientras esto se hacía en su albergue, entreteníase Menandrio discurriendo con Cleomenes, hijo de Alexandrides, a quien como rey de Esparta había ido a cumplimentar. Alargando de propósito la conversación, de palabra en palabra vinieron los dos hablando hasta la posada del huésped. Entra en ella Cleomenes, ve de improviso tan rica repostería, y quédase atónito y como fuera de sí. El cortés Menandrio, prevenido ya con tiempo, bríndale con ella, insta, porfía que tome cuanto le agrade. No obstante la suspensión de Cleomenes y la bizarría de Menandrio en ofrecerle segunda y tercera vez su magnifica vajilla, el severo espartano, mostrando en su desinterés un ánimo el más entero y justificado, nada quiso aceptar de todo cuanto se le ofrecía. Aun más, comprendiendo muy bien que el huésped, regalando a algunos ciudadanos, como sin duda lo hiciera, no dejaría de hallar protectores en el cohecho, fue en derechura a verse con los Eforos, y les propuso que sin duda fuera lo más útil echar luego del Peloponeso al desterrado de Samos, de quien recelaba mucho que a fuerza de dádivas había de corromper sin falta o a él mismo, o a algún otro de los espartanos. Prevenidos así los Eforos, publicaron un bando en que se mandaba salir de sus dominios a Menandrio.

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