CXXIX

Después que llegaron a Susa, confiscados los bienes que habían sido de Oretes, sucedió dentro de pocos días que al bajar del caballo el rey Darío en una de sus monterías, se le torció un pie con tanta fuerza que, dislocado el talón, se salió del todo de su encaje. Echó mano desde luego para la cura de sus médicos quirúrgicos, creído desde atrás que los que tenía a su servicio traídos del Egipto eran en su profesión los primeros del universo. Pero sucedió que los físicos egipcios, a fuerza de medicinar el talón, lo pusieron con la cura peor de lo que había estado en la dislocación. Siete días enteros habían pasado con sus noches en que la fuerza del dolor no había permitido al rey cerrar los ojos, cuando al octavo día, en que se hallaba peor, quiso la fortuna que uno le diese noticia de la grande habilidad del médico de Crotona, Democedes, de quien acaso había oído hablar hallándose en Sardes. Manda al instante Darío que hagan venir a Democedes, y habiéndole hallado entre los esclavos de Oretes, tan abyecto y despreciado como el que más, lo presentaron del mismo modo a la vista del rey, arrastrando sus cadenas y mal cubierto de harapos.

Share on Twitter Share on Facebook