CXXXVII

Hechos a la vela otra vez los persas, parten en seguimiento de Democedes, y como llegados a Cretona le hallasen paseando por la plaza, le echaron mano al momento. Algunos de los vecinos de Crotona a quienes el nombre y poder de los persas tenía amedrentados, no mostraban dificultad en entregarles el fugitivo; pero otros, saliendo a la defensa de su paisano, lo sacaron a viva fuerza de las manos de los extranjeros, contra quienes arremetieron con sus bastones, sin contar con las protestas que entretanto les hacían los persas. —«Mirad, decían éstos, mirad lo que hacéis. ¡Cómo, quitarnos de las manos a ese esclavo y fugitivo del rey! ¿Cómo pensáis que Darío, el gran rey, sufrirá esta injuria que se le hace? ¿cómo podrá disimularla? ¿cómo podrá dejar de saliros muy cara la presa que ahora nos arrebatáis? ¿Queréis ser los primeros a quienes hagamos guerra declarada, los primeros a quienes hagamos cautivos nuestros?» Pero salieron vanas sus protestas y amenazas, antes bien, no contentos los Crotoniatas con haberles arrebatado a Democedes, echáronse sobre la barca del rey que con ellos venía. Viéronse con esto obligados los persas a tomar su derrotero hacia el Asia, sin cuidarse de llevar adelante sus observaciones sobre la Grecia, faltos ya de guía y adalid. Con todo, Democedes al despedirse de ellos no dejó de pedirles que de su parte dijeran a Darío que había tomada por esposa a una hija de Milon, sabiendo bien cuánto significaba para el rey el famoso nombre de aquel luchador de primera clase, Milon Crotoniata. Y a mi juicio, diose Democedes a fuerza de dinero tanta maña y prisa en aquel casamiento, con la mira de que Darío le tuviera por hombre de consideración en su patria.

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