Volvamos a los egipcios derrotados, que vueltas una vez la espaldas al enemigo en la batalla, se entregaron a la fuga sin orden alguno. Encerráronse después en la plaza de Menfis, adonde Cambises les envió río arriba una nave de Mitilene, en que iba un heraldo persa encargado de convidarlos a una capitulación. Apenas la ven entrar en Menfis, cuando saliendo en tropel de la fortaleza y arrojándose sobre ella, no sólo la echan a pique, sino que despedazan a los hombres de la tripulación, y cargando con sus miembros destrozados, como si vinieran de la carnicería, entran con ellos en la plaza. Sitiados después en ella, se entregaron al persa a discreción al cabo de algún tiempo. Pero los Libios que confinan con el Egipto, temerosos con lo que en él sucedía, sin pensar en resistir se entregaron a los persas, imponiéndose por sí mismo cierto tributo y enviando regalos a Cambises. Los colones griegos de Barca y de Cirene, no menos amedrentados que los Libios, les imitaron en rendirse al vencedor. Diose Cambises por contento y satisfecho con los dones que recibió de los Libios; pero se mostró quejoso y aun irritado por los presentes venidos de Cirone, por ser a lo que imaginaba cortos y mezquinos. Y, en efecto, anduvieron con él escasos los Cireneos enviándole solamente 500 minas de plata, las que fue cogiendo a puñados y derramando entre las tropas por su misma mano.