Dijo el etíope, y al mismo punto aflojando su arco lo entrega a los enviados. Toma después en sus manos la púrpura regalada, y pregunta qué venía a ser aquello y cómo se hacía: dícenle los Ictiófagos la verdad acerca de la púrpura y su tinte; y él entonces les replica: —«Bien va de engaño; tan engañosos son ellos como sus vestidos y regalos.» Pregunta después qué significa lo del collar y brazaletes; y como se lo declarasen los Ictiófagos diciendo que eran galas para mayor adorno de la persona, rióse el rey, y luego: —«No hay tal, les replica; no me parecen galas sino grillos, y a fe mía que mejores y más fuertes son los que acá tenemos.» Tercera vez preguntó sobre el ungüento; e informado del modo de hacerlo y del uso que tenía, repitió lo mismo que acerca del vestido de púrpura había dicho. Pero cuando llegó a la prueba del vino, informado antes cómo se preparaba aquella bebida, y relamiéndose con ella los labios, continuó preguntando cuál era la comida ordinaria del rey de Persia y cuánto solía vivir el persa que más vivía. Respondiéronle a lo primero que el sustento común era el pan, explicándole juntamente qué cosa era el trigo de que se hacía; y a lo segundo, que el término más largo de la vida de un persa era de ordinario 80 años. A lo cual repuso el etíope que nada extrañaba que hombres alimentados con el estiércol que llamaban pan vivieran tan poco, y que ni aun duraran el corto tiempo que vivían, a no mezclar aquel barro con su tan preciosa bebida, con lo cual indicaba a los Ictiófagos el vino, confesando que en ello les hacían ventaja los persas.