Es singular lo que oí contar a los del Peloponeso, que Anacarsis había sido enviado a Grecia por el rey de los escitas, para que como discípulo aprendiera de los griegos y que vuelto de sus estudios había informado al mismo que le envió de que todos los pueblos de la Grecia eran muy dados a todo género de erudición, salvo los lacedemonios que eran los únicos que en sus conversaciones hablaban con naturalidad sin pompa ni estudio. Pero esto es a fe mía un cuento con que los mismos griegos se han querido divertir: lo cierto es que al infeliz le costó la vida aquella fiesta, como dije, y éste fue el pago que tuvo de haber querido introducir usos nuevos y seguir costumbres griegas.