Llegados allá los mencionados cuerpos, hicieron alto, plantando sus reales alrededor de aquel mismo templo. Pausanias que les vio moverse y levantar el campo dio orden a sus lacedemonios de tomar las armas e ir en seguimiento de las tropas quo les precedían, persuadidos de que sin falta se encaminaban al lugar antes concertado. Mostrándose entonces prontos a las órdenes de Pausanias los demás jefes de los regimientos, hubo cierto Amonfareto, hijo de Poliades, que lo era del de Pitanatas, quien se obstinó diciendo que nunca haría tal, no queriendo cubrir gratuitamente de infamia a Esparta con huir del enemigo. Esto decía, y al mismo tiempo se pasmaba mucho de aquella resolución, como quien no se había hallado antes en consejo con los demás oficiales. Mucho era lo que sentían Pausanias y Eurianacte el verse desobedecidos; pero mayor pena les causaba el tener que desamparar el regimiento de Pitana por la manía y pertinacia de aquel caudillo, recelosos de que dejándolo allí solo, y ejecutando lo que tenían convenido con los demás griegos, iba a perderse Amonfareto con todos los suyos. Estas reflexiones les obligaban a tener parado todo el cuerpo de los Lacones, esforzándose entretanto en persuadir a Amonfareto que aquello era lo que convenía ejecutar, y haciendo todo el esfuerzo posible para mover a aquel oficial, el único de los lacedemonios y tegeanos que iba a quedarse abandonado.