En aquella sazón, si bien era Pisístrato quien tenía en Atenas el poder absoluto, no dejaba con todo de tener algún mando cierto señor llamado Milcíades, hijo de Cipselo, sujeto de familia principal que mantenía tiros de cuatro caballos para concurrir a los juegos olímpicos. Era éste descendiente remoto de Egina y de Eaco, y después, andando el tiempo, se hallaba naturalizado entre los atenienses, siendo de la casa de Fileo, hijo de Eante, que fue el primero de dicha familia que se inscribió por ciudadano de Atenas. Estábase, pues, Milcíades sentado a la puerta de su casa, cuando viendo pasar a los dolongos con un traje peregrino y armados con sus picas, los saludó y llamó hacia sí. Acercáronsele luego y fueron de él convidados con su casa y posada, y admitido el agasajo, danle cuenta los nuevos huéspedes del oráculo recibido, exhortándolo al mismo tiempo a que obedezca al dios Apolo. Milcíades, como quien estaba mal con el dominio de Pisístrato, ansioso de salirse de su jurisdicción, dejóse persuadir muy fácilmente, y luego envió a Delfos unos diputados encargados de consultar de su parte el oráculo sobre si haría o no lo que le pedían aquellos dolongos.