Habiendo los enviados tomado por escrito esta segunda respuesta, que parecía ser y era realmente más blanda y suave que la primera, dieron la vuelta para Atenas. Luego que regresaron, como en un congreso del pueblo diesen razón del un oráculo, entre otras varias interpretaciones de los que lo examinaban, dos había que se miraban por más fundadas y graves. Era una la de algunos ancianos, diciendo que lo que aquel dios les significaba a su parecer en el oráculo, era que el alcázar les quedaría salvo y libre; dando por razón que la fortaleza de Atenas estaba en lo antiguo defendida con una estacada, y conjeturando que esta valla debería ser la muralla de que hablaba el oráculo. Otros decían, por otra parte, que aludía el dios a las naves, y eran de sentir que dejando lo demás se alistase la armada, si bien estos que entendían las naves por aquel muro de madera no veían claro el sentido de los dos últimos versos que decía la Pitia: «¡Oh Salamina la fausta! ¡oh cuánto hijo de madre perderás tú, o bien Céres se una o se separe!» Estos versos, repito, ponían en confusión a los que tomaban las naves por aquel muro de leño, por cuarto los intérpretes de esta opinión los entendían de modo como si fuera necesario que los atenienses dispuestos a una batalla naval quedasen vencidos cerca de Salamina.