CXLIV

Antes de este parecer, había dado ya Temístocles otro que en las circunstancias actuales fue un arbitrio muy oportuno. Había sucedido que teniendo los atenienses mucho dinero público, producto sacado de las minas de Laurion, y estando ya para repartirlo a razón de diez minas por cada uno, supo persuadirles Temístocles que, dejado aquel reparto, prefiriesen hacer con aquel dinero 200 naves para la guerra que traían con los de Egina. Y en efecto, emprendida ya dicha guerra, fue la salud de la Grecia, por haberse visto obligados en ella los atenienses a hacerse una potencia marítima, habiendo sucedido la cosa de manera que aquellas naves, sin servir al fin para que se habían fabricado, pudieron ser muy del caso a la Grecia en la ocasión presente. Ni se contentaban los atenienses con las naves ya hechas, sino que al mismo tiempo iban fabricando otras en sus astilleros, puesto que habían determinado, después de recibido aquel oráculo, salir al encuentro al bárbaro que contra ellos venía, embarcados todos juntos con los demás griegos que quisiesen seguirles, persuadidos de que en aquello obedecían al dios Apolo. He aquí lo tocante a los oráculos dados a los de Atenas.

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