Llegados ya a Susa y puestos en presencia del rey, lo primero en que mostraron su libertad fue en responder a los alabarderos, que pretendían obligarles a que postrados adorasen al rey, que nunca harían tal, por más que diesen con ellos de cabeza en el suelo, pues ni ellos tenían la costumbre de adorar a hombre ninguno, ni a tal cosa habían venido; lo segundo, después de haber porfiado en no quererse postrar, encarándose con el rey lo hablaron en esta sustancia: —«Monarca de los medos, venimos acá enviados de parte de los lacedemonios para pagarte la pena que te deben por haber hecho morir en Esparta a tus heraldos.» A esta declaración y oferta respondió Jerjes, con gran bizarría de ánimo, que no imitaría en aquello a los lacedemonios; que ellos en haber puesto las manos en sus heraldos habían violado el derecho de gentes, pero él, muy ajeno de practicar lo que en ellos reprendiera, no declararía a los lacedemonios, dándoles la muerte, por libres y absueltos de su culpa y suplicio merecido.