Después de haber dado fin a la maniobra de los puentes, y de llegar al rey el aviso de que estaban hechas todas las obras en el monte Atos, acabada ya la fosa y levantados unos diques a una y otra extremidad de ella, para que cerrado el paso a la avenida del mar, impidieran que se llenasen las bocas del canal, entonces, al empezar la primavera, bien provisto todo el ejército partió de Sardes, en donde había invernado, marchando para Ábidos. Al partir la hueste, el sol mismo, dejando en el cielo su asiento, desapareció de la vista de los mortales, sin que se viera nube alguna en la región del aire, por entonces serenísima, de suerte que el día se convirtió en noche. Jerjes que lo vio y reparó en ello, entró en gran cuidado y suspensión, y preguntó a sus magos qué significaba aquel portento. Respondieron que aquel dios anunciaba a los griegos la desolación de sus ciudades, dando por razón que el sol era el pronosticador de los griegos y la luna la Profetisa de los persas. Alegre sobremanera Jerjes con esta declaración, iba continuando sus marchas.