Cayó en gracia a Jerjes el consejo, pues acertó Artemisia con lo mismo que él pensaba ejecutar, tan resuelto a ello, que no se quedara allí, según imagino, por más que todos los del mundo, hombre y mujeres, se lo aconsejaran. Así que alabó mucho a Artemisia y la envió a Éfeso, encargada de conducir allá unos hijos suyos naturales, pues algunos de éstos le habían seguido en su jornada.