CXLI

Apenas supieron los lacedemonios que iba Atenas el rey Alejandro encargado de atraer a los atenienses a la paz y alianza con el bárbaro, acordáronse con esta ocasión de lo que ciertos oráculos les habían avisado ser cosa decretada por los hados, que ellos con los demás Dóricos fuesen arrojados algún día del Peloponeso por los medos y los atenienses; recuerdo que les hizo entrar luego en grandísimo recelo acerca de la unión de los de Atenas con el persa, y enviar allá con toda diligencia sus embajadores para que viesen de estorbar la liga. Llegaron éstos, en efecto, tan a tiempo y sazón, que una misma fue la asamblea que se les dio públicamente, y la que se dio a Alejandro para la declaración de la embajada. Verdad es que muy de propósito diferían los atenienses la audiencia pública de Alejandro, creídos y seguros de que llegaría a oídos de los lacedemonios la venida de un embajador a solicitarles de parte del bárbaro para la alianza, y que oída tal nueva habían de enviarlos a toda prisa mensajeros que procurasen impedirlo. Dispusiéronlo adrede los atenienses, queriendo hacer alarde en presencia de los enviados de su manera de obrar en el asunto.

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