Al cabo, como era cosa fatal y decretada ya, según el oráculo, que toda la tierra firme del Ática fuese domada por los persas, a los bárbaros apurados se les descubrió cierto paso por donde entrasen en la ciudadela, porque por aquella fachada de la fortaleza que cae a las espaldas de su puerta y de la subida, lienzo de muralla tal que no parecía que hombre nacido pudiese subir por él, y dejado por eso sin guarda ninguna; por allá, digo, subieron algunos enemigos, pasando por cerca del templo de Aglauro, hija do Cécrope, a pesar de lo escarpado de aquel precipicio. Cuando vieron los atenienses a los bárbaros subidos a la plaza, echándose los unos cabeza abajo desde los muros, perecieron despeñados, y los otros se refugiaron al templo de Minerva. La primera diligencia de los persas al acabar de subir, fue encaminarse hacia la puerta del templo, y abierta pasar a cuchillo a todos aquellos refugiados. Degollados todos y tendidos, saquearon el templo y entregaron a las llamas la ciudadela entera.