XXVII

En el intermedio del tiempo que pasó después del choque y estrago de Termópilas, los tesalos, sin esperar más, enviaron un mensajero a los focenses, movidos de la aversión y odio que siempre les tenían, y mucho más después de su último destrozo, de manos de ellos recibido; pues en una expedición que los tesalos con sus aliados habían hecho no muchos años antes que el rey se dirigiese contra la Grecia, juntando todas sus fuerzas habían sido vencidos de los focenses y pésimamente tratados. He aquí cómo pasó: obligados los focenses a refugiarse en el Parnaso, tenían en su compañía al adivino Telias, natural de Elida, quien halló una estratagema oportuna para la venganza. Embarnizó con yeso a los focenses los más valientes del ejército, cubriéndolos de pies a cabeza con aquella capa, no menos que sus armas todas: dándoles después la orden de que matasen a cualquiera que no viesen blanquear, acometió de noche a los de Tesalia. Los centinelas avanzados de los tesalos, los primeros que los vieron, quedaron cogidos de pasmo, pensando que eran fantasmas blancas o apariciones. Tras este terror de los guardias, espantóse de modo todo el ejército, que los focenses lograron dar muerte a 4.000 tesalos, y apoderarse de sus escudos, de los cuales consagraron una mitad en Abas y la otra segunda en Delfos. El diezmo del botín que en aquella recogieron, parte se empleó en hacer unas grandes estatuas que están colocadas delante del camarín de Delfos alrededor de la Trípode, parte en alzar en Abas otras tantas como las de Delfos.

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