Capítulo 11

Prosigue en la mortificación y dice la que se ha de adquirir en las enfermedades

1. Cosa imperfecta me parece, hermanas mías, este quejarnos siempre con livianos males; si podéis sufrirlo, no lo hagáis. Cuando es grave el mal, él mismo se queja; es otro quejido y luego se parece.

Mirad que sois pocas y, si una tiene esa costumbre, es para traer fatigadas a todas, si os tenéis amor y hay caridad; sino que la que estuviere de mal que sea de veras, lo diga y tome lo necesario; que si perdéis el amor propio, sentiréis tanto cualquier regalo, que no hayáis miedo le toméis sin necesidad ni os quejéis sin causa. Cuando la hay, sería muy peor no decirlo que tomarle sin ella, y muy malo si no os apiadasen.

2. Mas de eso, a buen seguro, que adonde hay caridad y tan pocas, que nunca falte el cuidado de curaros. Mas unas flaquezas y malecillos de mujeres, olvidaos de quejarlas, que algunas veces pone el demonio imaginación de esos dolores; quítanse y pónense. Si no se pierde la costumbre de decirlo y quejaros de todo, si no fuere a Dios, nunca acabaréis. Porque este cuerpo tiene una falta: que mientras más le regalan, más necesidades descubre. Es cosa extraña lo que quiere ser regalado; y como tiene aquí algún buen color, por poca que sea la necesidad, engaña a la pobre del alma para que no medre.

3. Acordaos qué de pobres enfermos habrá que no tengan a quién quejarse; pues pobres y regaladas, no lleva camino. Acordaos también de muchas casadas -yo sé que las hay- y personas de suerte que con graves males, por no dar enfado a sus maridos, no se osan quejar, y con graves trabajos. Pues, ¡pecadora de mí!, sí que no venimos aquí a ser más regaladas que ellas. ¡Oh, que estáis libres de grandes trabajos del mundo, sabed sufrir un poquito, por amor de Dios, sin que lo sepan todos! Pues es una mujer muy mal casada, y porque no [lo] sepa su marido [no] lo dice y [no] se queja, pasa mucha malaventura sin 41

descansar con nadie, ¿y no pasaremos algo entre Dios y nosotras de los males que nos da por nuestros pecados? ¡Cuanto más que es nonada lo que se aplaca el mal!

4. En todo esto que he dicho, no trato de males recios, cuando hay calentura mucha -aunque pido haya moderación y sufrimiento siempre-

, sino unos malecillos que se pueden pasar en pie. Mas ¿qué fuera si éste se hubiera de ver fuera de esta casa?, ¿qué dijeran todas las monjas de mí? Y ¡qué de buena gana, si alguna se enmendara, lo sufriera yo!

Porque, por una que haya de esta suerte, viene la cosa a términos que, por la mayor parte, no creen a ninguna, por graves males que tenga.

Acordémonos de nuestros Padres santos pasados, ermitaños, cuya vida pretendemos imitar: ¡qué pasarían de dolores -y qué a solas- y de fríos y hambre y sol y calor, sin tener a quién quejarse sino a Dios!

¿Pensáis que eran de hierro? Pues tan delicados eran como nosotras. Y

creed, hijas, que, en comenzando a vencer estos corpezuelos, no nos cansan tanto. Hartas habrá que miren lo que es menester; descuidaos de vosotras, si no fuere a necesidad conocida. Si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haremos nada.

5. Procurad de no temerla y dejaros toda en Dios, venga lo que viniere. ¿Qué va en que muramos? De cuantas veces nos ha burlado el cuerpo, ¿no burlaríamos alguna de él? Y creed que esta determinación importa más de lo que podemos entender; porque de muchas veces que poco a poco lo va[ya]mos haciendo, con el favor del Señor, quedaremos señoras de él. Pues vencer un tal enemigo es gran negocio para pasar en la batalla de esta vida. Hágalo el Señor como puede. Bien creo no entiende la ganancia sino quien ya goza de la victoria, que es tan grande -a lo que creo-, que nadie sentiría pasar trabajo por quedar en este sosiego y señorío.

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