Capítulo 26

En que va declarando el modo para recoger el pensamiento. Pone medios para ello. Es capítulo muy provechoso para los que comienzan oración 1. Ahora, pues, tornemos a nuestra oración vocal para que se rece de manera que, sin entendernos, nos lo dé Dios todo junto, y para -

como he dicho- rezar como es razón.

La examinación de la conciencia y decir la confesión y santiguaros, ya se sabe ha de ser lo primero. Procurad luego, hija, pues estáis sola, tener compañía. Pues ¿qué mejor que la del mismo Maestro que enseñó la oración que vais a rezar? Representad al mismo Señor junto con vos y mirad con qué amor y humildad os está enseñando; y creedme, mientras pudierais, no estéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos, y Él ve que lo hacéis con amor y que andáis procurando contentarle, no le podréis -como dicen- echar de vos; no os faltará para siempre; os ayudará en todos vuestros trabajos; le tendréis en todas partes: ¿pensáis que es poco un tal amigo al lado?

2. ¡Oh, hermanas, las que no podéis tener mucho discurso del entendimiento, ni podéis tener el pensamiento sin divertiros!,

¡acostumbraos, acostumbraos! Mirad que sé yo que podéis hacer esto, porque pasé muchos años por este trabajo de no poder sosegar el pensamiento en una cosa -y lo es muy grande-; mas sé que no nos deja el Señor tan desiertos, que, si llegamos con humildad a pedírselo, no nos acompañe; y si en un año no pudiéremos salir con ello, sea en más.

No nos duela el tiempo en cosa que tan bien se gasta. ¿Quién va tras nosotros? Digo que esto, que puede acostumbrarse a ello, y trabajar andar cabe este verdadero Maestro.

3. No os pido ahora que penséis en Él, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis. Pues ¿quién os quita volver los ojos del alma -aunque sea de presto, si no podéis más-91

a este Señor? Pues podéis mirar cosas muy feas, ¿y no podréis mirar la cosa más hermosa que se puede imaginar? Pues nunca, hijas, quita vuestro Esposo los ojos de vosotras; os ha sufrido mil cosas feas y abominaciones contra Él y no ha bastado para que os deje de mirar, ¿y es mucho que, quitados los ojos de estas cosas exteriores, le miréis algunas veces a Él? Mirad que no está aguardando otra cosa, como dice a la esposa, sino que le miremos. Como le quisiereis, le hallaréis. Tiene en tanto que le volvamos a mirar, que no quedará por diligencia suya.

4. Así como dicen ha de hacer la mujer, para ser bien casada, con su marido, que si está triste, se ha de mostrar ella triste, y si está alegre, aunque nunca lo esté, alegre -mirad de qué sujeción os habéis librado, hermanas-, esto con verdad, sin fingimiento, hace el Señor con nosotros: que Él se hace sujeto, y quiere seáis vos la señora y andar Él a vuestra voluntad. Si estáis alegre, miradle resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura!; ¡con qué majestad, qué victorioso, qué alegre!

Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado un tan gran reino, que todo le quiere para vos, y a Sí con él. Pues ¿es mucho que, a quien tanto os da, volváis una vez los ojos a mirarle?

5. Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del huerto: ¡qué aflicción tan grande llevaba en su alma!; pues, con ser el mismo sufrimiento, la dice y se queja de ella. O miradle atado a la columna, lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho que os ama; tanto padecer, perseguido de unos, escupido de otros, negado de sus amigos, desamparado de ellos, sin nadie que vuelva por Él, helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el otro os podéis consolar. O miradle cargado con la cruz, que aun no le dejaban hartar de huelgo. Os mirará Él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, sólo porque os vais vos con Él a consolar y volváis la cabeza a mirarle.

6. «¡Oh, Señor del mundo, verdadero Esposo mío!» -le podéis vos decir, si se os ha enternecido el corazón de verle tal, que no sólo queráis mirarle, sino que os holguéis de hablar con Él, no oraciones compuestas, sino de la pena de vuestro corazón, que las tiene Él en 92

muy mucho-, ¿tan necesitado estáis, Señor mío y Bien mío, que queréis admitir una pobre compañía como la mía, y veo en vuestro semblante que os habéis consolado conmigo? Pues ¿cómo, Señor, es posible que os dejan sólo los ángeles y que aún no os consuela vuestro Padre? Si es así, Señor, que todo lo queréis pasar por mí, ¿qué es esto que yo paso por Vos?, ¿de qué me quejo? Que ya he vergüenza de que os he visto tal, que quiero pasar, Señor, todos los trabajos que me vinieren y tenerlos por gran bien por imitaros en algo. Juntos andemos, Señor; por donde fuereis, tengo de ir; por donde pasaréis, tengo de pasar.

7. Tomad, hija, de aquella cruz; no se os dé nada de que os atropellen los judíos, porque Él no vaya con tanto traba[jo]; no hagáis caso de lo que os dijeren; haceos sorda a las murmuraciones; tropezando, cayendo con vuestro Esposo, no os apartéis de la cruz ni la dejéis; mirad mucho el cansancio con que va y las ventajas que hace su trabajo a los que vos padecéis; por grandes que los queráis pintar y por mucho que los queráis sentir, saldréis consolada de ellos, porque veréis son cosa de burla comparados a los del Señor.

8. Diréis, hermanas, que cómo se podrá hacer esto; que «si le vierais con los ojos del cuerpo en el tiempo que Su Majestad andaba en el mundo, que lo hicierais de buena gana y le mirarais siempre». No lo creáis, que a quien ahora no se quiere hacer un poquito de fuerza a recoger siquiera la vista para mirar dentro de sí a este Señor -que lo puede hacer sin peligro, sino con tantito cuidado-, muy menos se pusiera al pie de la cruz con la Magdalena, que veía la muerte al ojo.

Mas ¡qué debía pasar la gloriosa Virgen y esta bendita Santa! ¡Qué de amenazas, qué de malas palabras y qué de encontrones, y qué descomedidas! Pues, ¡con qué gente lo habían, tan cortesana! Sí, lo era del infierno, que eran ministros del demonio. Por cierto que debía ser terrible cosa lo que pasaron; sino que, con otro dolor mayor, no sentirían el suyo. Así que, hermanas, no creáis erais para tan grandes trabajos, si no sois para cosas tan pocas; ejercitándoos en ellas, podéis venir a otras mayores.

9. Lo que podéis hacer para ayuda de esto: procurad traer una imagen o retrato de este Señor que sea a vuestro gusto; no para traerle 93

en el seno y nunca mirarle, sino para hablar muchas veces con Él, que Él os dará qué decirle. Como habláis con otras personas, ¿por qué os han más de faltar palabras para hablar con Dios? No lo creáis; al menos, yo no os creeré, si lo usáis; porque, si no, el no tratar con una persona causa extrañeza y no saber cómo hablarnos con ella, que parece no la conocemos, y aun aunque sea deudo; porque deudo y amistad se pierde con la falta de comunicación.

10. También es gran remedio tomar un libro de romance bueno, aun para recoger el pensamiento, para venir a rezar bien vocalmente, y poquito a poquito ir acostumbrando el alma con halagos y artificio para no amedrentarla.

Haced cuenta que ha muchos años que se ha ido de con su esposo, y que hasta que quiera tornar a su casa es menester mucho saberlo negociar, que así somos los pecadores: tenemos tan acostumbrada nuestra alma y pensamiento a andar a su placer -o pesar, por mejor decir-, que la triste alma no se entiende; que para que torne a tomar amor a estar en su casa es menester mucho artificio; y si no es así y poco a poco, nunca haremos nada.

Y os torno a certificar que si con cuidado os acostumbráis a lo que he dicho, que sacaréis tan gran ganancia, que aunque yo os la quisiera decir, no sabré. Pues juntaos cabe este buen Maestro, muy determinadas a deprender lo que os enseña, y Su Majestad hará que no dejéis de salir buenas discípulas, ni os dejará si no le dejáis. Mirad las palabras que dice aquella boca divina, que en la primera entenderéis luego el amor que os tiene, que no es pequeño bien y regalo del discípulo ver que su maestro le ama.

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