Capítulo III. De lo que Varrón hizo con los judíos que mandó ahorcar.

 Después que Varrón hubo recibido las cartas de Sabino v de los otros príncipes, temiendo peligrase toda la gente, dábase prisa por socorrerles. Por esta causa vino hacia Ptolemaida con las otras dos legiones que tenía, y cuatro escuadras de gente de a caballo; adonde mandó que se juntasen todos los socorros de los reyes y de la gente principal. Tomó también además de éstos, mil quinientos hombres de armas de los beritos.

Cuando hubo llegado a Ptolemaida el rey de los árabes Areta con mucha gente de a pie y mucha de a caballo, envió luego parte de su ejército a Galilea, que estaba cerca de Ptole­maida, poniendo por capitán de ella el hijo de su amigo Galbo; el cual hizo presto huir todos aquellos contra los cuales había ido; y tomando la ciudad de Séforis, quemóla y cautivó a todos los ciudadanos de allí.

Habiendo, pues, Varrón alcanzado el mando y apoderádose de toda Samaria, no quiso hacer daño en toda la ciudad, por­que halló no haber ella movido algo en todas aquellas revueltas. Puso su campo en un lugar llamado Arún, el cual solía poseer Ptolomeo, y había sido saqueado por los árabes por el enojo que tenían contra los amigos de Herodes. De allí partió para el otro lugar llamado Saso' el cual era muy seguro, y saquearon todo el lugar y todo lo que allí hallaron: todo estaba lleno de fuego y de sangre, y no había ninguno que refrenase ni impi­diese los robos grandes que los árabes hacían.

Fué también quemada la ciudad de Amaus, por mandato de Varrón, enojado por la muerte de Ario y de los otros, y fueron dispersados los ciudadanos, huyendo de allí. De aquí partió para Jerusalén con todo su ejército; y con sólo verlo venir, los judíos todos huyeron, unos dejando el campo y sus cosas, otros se escondían por los campos para salvarse; pero los que estaban dentro de la ciudad, recibiéronlo y echaban la culpa de aquella revuelta y levantamiento a los otros, diciendo que ellos no sabían algo en todo lo que había sucedido; sino qu~ por causa de la fiesta les había sido fuerza y necesario recibir tanta muchedumbre dentro de la ciudad, y que ellos habían sido con los romanos cercados; mas no se hablan cierta­mente levantado con los que huyeron.

Habíanle salido antes al encuentro Josefo, prímo de Ar­quelao y Rufo con Grato, los cuales traían el ejército del rey. Venían los soldados sebastenos y los romanos vestidos a su manera acostumbrada; porque Sabino se había salido hacia la mar, por temor de presentarse delante de Varrón. Este, dividiendo su ejército en partes, envióles a todos por los campos a buscar los autores de aquel motín y revuelta levantada; y presentándole muchos de ellos, a los que eran menos culpados, mandábalos guardar; pero de los que era manifiesta su deuda y se sabía claramente el daño que habían hecho, ahorcó casi dos mil.

Habiéndole dicho que cerca los árabes que se retirasen armados, mandó luego a los árabes que se retirasen a sus casas, porque no servían en la guerra como hombres que hombres a sus casas, porque no peleaban por ayudarles, sino por su codicia, viendo también que destruían y talaban los campos muy contra su voluntad. Después acompañado de sus escuadrones, fué en alcance de los enemigos; pero ellos, por consejo de Achiabo, se entregaron a Varrón antes que fuesen presos por fuerza, y perdonando al vulgo y muchedumbre, envió los capitanes a César para que fuesen examinados. Cuando perdonó a todos los otros, cas­tigó algunos parientes del rey, entre los cuales había muchos muy allegados de Herodes, por haberse armado contra su rey

Así Varrón, habiendo apaciguado las cosas en Jerusalén, y dejado allí aquella legión o compañía de gente que solla estar antes en guarda de la ciudad, volvióse a Antioquía.

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