Capítulo XX. De otra muy gran matanza de los judíos.

 Sabida la matanza y estrago hecho en Escitópolis, todas las otras ciudades se levantaban contra los judíos que mora­ban con ellos, y los de Ascalón mataron dos mil quinientos de ellos, y los de Ptolemaida otros dos mil.

Los tirios también prendieron muchos y también mataron a muchos; pero fueron más los presos y puestos en cárceles. Los hipenos y gadarenses mataron a los atrevidos, y los teme­rosos guardaron con diligencia.

Todas las otras ciudades, según era el temor o el odio y aborrecimiento que contra los judíos tenían, así también se habían con ellos. Sólo los de Antioquía, Sidonia y los apameños no dañaron a los que con ellos vivían, ni mataron ni encarcelaron a judío alguno, menospreciando, por ventura, cuanto podían hacer, porque no eran tantos que les pudiesen mover revuelta alguna, aunque a mí me parece que lo deja­ron de hacer movidos más de compasión y de lástima, viendo que no entendían en algún levantamiento ni revuelta.

Los gerasenos tampoco hicieron algún mal a cuantos qui­sieron quedar allí con ellos, antes acompañaron. hasta sus tér­minos a todos los que quisieron salirse de sus tierras: levan­tóse en el reino de Agripa otra destrucción contra los judíos, porque él mismo fué a Antioquía para hablar con Cestio Galo, dejando la administración del reino a uno de sus ami­gos, llamado Varrón, pariente del rey Sohemo.

Vinieron de la región atanea setenta varones, los más nobles y más sabios de toda aquella tierra, por pedirles soco­rro; por que si se levantaba algo también entre ellos, tuviesen guarda y gente que los defendiese, y para que con ella pu­diesen apaciguar toda revuelta.

Enviando Varrón alguna gente de guerra del rey delante, mató a todos en el camino. Esta maldad hizo él sin consejo de Agripa, y movido por su gran avaricia, no dejó de hacer tan impía cosa contra su propia gente; mas corrompió y echó a perder todo el reino, no dejando de ejecutar lo mismo, después que tal hubo comenzado contra los judíos; hasta que inquiriendo y haciendo Agripa pesquisa de todo, no osó cas­tigarlo por ser deudo tan cercano del rey Sohemo; pero quí­tóle la procuración de todo el reino.

Los sediciosos y amigos de revueltas, tomando la forta­leza que se llama Cipro, cercana a los fines y raya de Hieri­cunta, mataron a los que allí estaban de guardia y destru­yeron toda la fortaleza y munición que allí había.

La muchedumbre de los judíos que estaba en Macherunta, en este mismo tiempo persuadía a los romanos que allí había de guarnición, que dejasen el castillo y lo entregasen a ellos; y temiendo ser forzados a hacer lo que entonces les rogaban, prometieron partir, y tomando la palabra de ellos, entregá­ronles la fortaleza, la cual comenzaron a poner en buena guarda los macheruntios.

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