Diógenes

1. Diógenes, hijo de Icesio, banquero, fue natural de Sinope. Diocles dice que como su padre tuviese banco público y fabricase moneda adulterina, huyó Diógenes. Pero Eubúlides, en el libro De  Diógenes, afirma que el mismo Diógenes fue quien lo hizo, y salió desterrado con su padre. Aun él mismo dice de sí en su Podalo que fue monedero falso. Algunos escriben que habiendo sido hecho director de la Casa de Moneda se dejó persuadir de los oficiales a fabricar moneda, y que pasó a Delfos, o a Delos, patria de Apolo, donde fue preguntado «si ejecutaba aquello a que lo habían inducido». Que no habiendo entendido el oráculo, y creído se le permitía la falsificación de la moneda pública, lo ejecutó, fue cogido y, según algunos, desterrado; bien que otros dicen se fue voluntariamente por miedo que tuvo. Otros, finalmente, afirman que falsificó moneda que le dio su padre; que éste murió en la cárcel, pero que Diógenes huyó y se fue a Delfos. Que preguntó no si adulteraría moneda, sino qué debía practicar para ser hombre célebre, y de esto recibió el oráculo referido.

2. Pasádose a Atenas, se encaminó a Antístenes; y como éste, que a nadie admitía, lo repeliese, prevaleció su constancia. Y aun habiendo una vez alzado el báculo, puso él la cabeza debajo, diciendo: «Descárgalo, pues no hallarás leño tan duro que de ti me aparte, con tal que enseñes algo.» Desde entonces quedó discípulo suyo, y como fugitivo de su patria, se dio a una vida frugal y parca. Habiendo visto un ratón que andaba de una a otra parte (refiérelo Teofrasto en su Megárico), sin buscar lecho, no temía la oscuridad ni anhelaba ninguna de las cosas a propósito para vivir regaladamente, halló el remedio a su indigencia. Según algunos, fue el primero que duplicó el palio, a fin de tener con él lo necesario y servirse de él para dormir. Proveyóse también de zurrón, en el cual llevaba la comida, sin dejarlo jamás en cualquier parte que se hallase, ya comiendo, ya durmiendo, ya conversando; y decía señalando al pórtico de Júpiter que «los atenienses le habían edificado otro pompeyo donde comiese» (357).

3. Hallándose un tiempo débil de fuerzas, caminaba con un báculo; mas después lo llevó ya siempre, no en la ciudad, sino viajando, y entonces llevaba también el zurrón, como refieren Olimpiodoro, príncipe de los atenienses; Polieucto, orador, y Lisanias, hijo de Escrión. Habiendo escrito a uno que le buscase un cuarto para habitar, como éste fuese tardo en hacerlo, tomó por habitación la cuba del metroo (358), según él mismo lo manifiesta en sus Epístolas. Por el estío se echaba y revolvía sobre la arena caliente, y en el invierno abrazaba las estatuas cubiertas de nieve, acostumbrándose de todos modos al sufrimiento. Era vehemente en recargar a los demás; y a la escuela de Euclides la llamaba χολήν (cholen) (359); a la disputa de Platón le daba el nombre de consunción (360); a los juegos bacanales grandes maravillas para los necios; a los gobernadores del pueblo ministros de la plebe. Cuando veía a los magistrados, los médicos y los filósofos empleados en el gobierno de la vida, decía que el hombre es el animal más recomendable de todos; pero al ver los intérpretes de sueños, los adivinos y cuantos los creen, o a los que se ciegan por la gloria mundana y riquezas, nada tenía por más necio que el hombre. Decía que su ordinario modo de pensar era que «en esta vida, o nos hemos de valer de la razón o del dogal». Viendo una vez a Platón que en un gran convite comía aceitunas, dijo: «¿Por qué causa, oh sabio, navegas a Sicilia en busca de semejantes mesas, y ahora que la tienes delante no la disfrutas?» Y respondiendo Platón: «Yo cierto, oh Diógenes, también comía allá aceitunas y cosas semejantes», repuso Diógenes: «¿Pues de qué servía navegar a Sicilia? ¿Acaso el Ática no producía entonces aceitunas?» Favorino escribe en su Historia varia que esto lo dijo Aristipo; y que una vez, comiendo higos secos, se le puso delante, y le dijo: «Puedes participar de ellos»; y como Platón tomase y comiese, le dijo: «Participar os dije, no comer».

4. Pisando una vez las alfombras de Platón en presencia de Dionisio, dijo: «Piso la vana diligencia (361) de Platón»; mas éste le respondió: «¡Cuánto fasto manifiestas, oh Diógenes, queriendo no parecer fastuoso!» Otros escriben que Diógenes dijo: «Piso el fasto de Platón», y que éste respondió: «Pero con otro fasto, oh Diógenes». Soción dice en el libro IV que este Can dijo a Platón lo siguiente: Habíale Diógenes una vez pedido vino y al mismo tiempo higos secos, y como le enviase un cántaro lleno, le dijo: «Si te preguntaren cuántos hacen dos y dos, ¿responderías que veinte? Tú ni das según te piden, ni respondes según te preguntan». Con esto lo motejaba de verboso.

5. Habiendo sido preguntado dónde había visto en Grecia hombres buenos, respondió: «Hombres en ninguna parte; muchachos sí los he visto en Lacedemonia». Haciendo una vez un discurso muy sabio y provechoso, como nadie llegase a oírlo, se puso a cantar (362). Concurrieron entonces muchos; mas él, dejando el canto, los reprendió diciendo que «a los charlatanes y embaidores concurrían diligentes, pero tardos y negligentes a los que enseñan cosas útiles». Decía que «los hombres contienden acerca del cavar y del acocear (363), pero ninguno acerca de ser honestos y buenos». Admirábase de los gramáticos que «escudriñan los trabajos de Ulises e ignoran los propios.» También de los músicos que «acordando las cuerdas de su lira, tienen desacordes las costumbres del ánimo». De los matemáticos, «porque mirando al sol y a la luna no ven las cosas que tienen a los pies» (364): De los oradores, «porque procuran decir lo justo, mas no procuran hacerlo». De los avaros, «porque vituperan de palabra el dinero y lo aman sobre manera». Reprendía a «los que alaban a los justos porque desprecian el dinero, pero imitan a los adinerados». Se conmovía «de que se ofreciesen sacrificios a los dioses por la salud, y en los sacrificios mismos hubiese banquetes, que le son contrarios». Admirábase de los esclavos «que viendo la voracidad de sus amos nada hurtaban de la comida». Loaba mucho «a los que pueden casarse y no se casan; a los que les importa navegar y no navegan; a los que pueden gobernar la república y lo huyen; a los que pueden abusar de los muchachos y se abstienen de ello; a los que tienen oportunidad y disposición para vivir con los poderosos y no se acercan a ellos» (365). Decía que «debemos alargar las manos a los amigos con los dedos extendidos, no doblados».

6. Refiere Menipo en La almoneda de Diógenes que, habiendo sido hecho cautivo, como al venderlo le preguntasen qué sabía hacer, respondió: «Sé mandar a los hombres» Y al pregonero le dijo: «Pregona si alguno quiere comprarse un amo». Prohibiéndole que se sentase, respondió: «No importa; los peces de cualquier modo que estén se venden.» Decía que «se maravillaba de que no comprando nosotros olla ni plato sin examinarlo bien, en la compra de un hombre nos contentamos sólo con la apariencia». A Jeníades, que lo compró, le decía: «Que debía obedecerle, por más que fuese su esclavo; pues aunque el médico y el piloto sean esclavos, conviene obedecerlos».

7. También Eubulo, en el libro igualmente titulado La almoneda de Diógenes, dice que instruyó a los hijos de Jeníades, de manera que después de haberles enseñado las disciplinas, los adiestró en el montar a caballo, a disparar la flecha, tirar con honda y arrojar dardos. Después no permitía que el que instruía a los muchachos en la palestra ejercitase los suyos para ser atletas, sino sólo para adquirir buen color y sanidad. Sabían de memoria estos muchachos varias sentencias de los poetas, de los otros escritores y aun de Diógenes mismo; y para que mejor aprendiesen, les enseñaba todas las cosas en compendio. Enseñábales también a servir en casa, a comer poco y a beber agua. Hacíales raer la cabeza a navaja; los llevaba por las calles sin adornos, sin túnica, descalzos, con silencio y sólo mirándolo a él. Llevábalos también a caza. Los discípulos tenían igual cuidado que él, y lo recomendaban a sus padres encarecidamente. Refiere el mismo autor que envejeció y murió en casa de Jeníades y lo enterraron sus hijos; y preguntándole Jeníades cómo lo había de enterrar, respondió: «Boca abajo». Diciéndole aquél por qué causa, respondió: «Porque de aquí a poco se volverán las cosas de abajo arriba». Dijo esto porque ya entonces los macedones tenían mucho poder, y de humildes iban a hacerse grandes.

8. Habiéndolo uno llevado a su magnífica y adornada casa y prohibídole escupiese en ella, arrancando una buena reuma se la escupió en la cara diciendo que «no había hallado lugar más inmundo». Otros atribuyen esto a Aristipo. Clamando una ocasión y diciendo: «hombres, hombres», como concurriesen varios, los ahuyentó con el báculo diciendo: «Hombres he llamado, no heces». Refiérelo Hecatón en el libro I de sus Críos. También cuentan haber dicho Alejandro que «si no fuera Alejandro, querría ser Diógenes». Llamaba άναπμρος (366) (anaperous), lisiados, no a los sordos y ciegos, sino a los que no llevaban zurrón. Habiendo entrado una vez al convite de ciertos jóvenes con la cabeza a medio esquilar, le dieron algunos golpes; pero él, escribiendo después los nombres de los que le habían dado en una tablita blanca, se la ató encima y anduvo con ella. De este modo vindicó su injuria, exponiéndolos a la reprensión y censura de todos. Esto lo trae Metrocles en sus Críos. Llamábase perro a sí mismo; pero decía que «lo era de los famosos y alabados, no obstante que ninguno de los que lo alababan saldría con él de caza».

9. A uno que decía que vencía los hombres en los juegos pitios, le respondió: «Yo soy quien venzo a los hombres: tú vences a los esclavos» (367). A unos que le dijeron: «Viejo eres, minora el trabajo», les respondió: «¿Cómo? ¿pues si yo corriera un largo espacio, y estuviera ya cercano a la meta, no debía entonces aligerar el paso en vez de remitirlo?» Convidado a un banquete, dijo que «no iría; porque habiendo estado el día antes no había tenido gusto». Caminaba a pie descalzo sobre la nieve y demás cosas que dijimos arriba. Probó también a comer carne cruda; pero no pudo digerirla. Halló una vez al orador Demóstenes comiendo en un figón; y como éste se retirase, le dijo: «Cuanto más adentro te metas, más en el figón estarás». En otra ocasión, queriendo unos forasteras ver a Demóstenes, extendiendo el dedo de en medio dijo: «Éste es el conductor del pueblo ateniense». Para reprender a uno que tenía vergüenza de coger el pan que se le había caído, le colgó al cuello una vasija de barro y lo condujo por el Cerámico diciendo «imitaba a los maestros de coro, los cuales se salen a veces del tono para que los demás tomen el correspondiente».

10. Decía que «muchos distan sólo un dedo de enloquecer, pues quien lleva el dedo de en medio extendido, parece loco; pero que no si el índice (368). Que las cosas mejores se venden por muy poco precio, y al contrario; pues una estatua se vende por tres mil dracmas, y un quénice (369) de harina no más que por dos dineros». A Jeníades, que lo compró, le dijo: «Cuidado de hacer lo mandado», al cual, como le dijese:

Eso es correr los ríos hacia arriba.

le respondió: «Si estando enfermo hubieras comprado un médico, ¿no lo obedecerías? ¿diríasle que los ríos corren hacia arriba?» A uno que quería ser su discípulo en la filosofía le dio un pececillo que llaman saperda para que lo siguiese con él; mas como el tal por vergüenza lo arrojase y se fuere, habiéndolo después encontrado, le dijo: «Una saperda deshizo tu amistad y la mía».

11. Diocles cuenta el caso de este otro modo. Diciéndole uno: «Mándanos, Diógenes», sacó un pedacito de queso, y se lo dio que lo llevase. Rehusándolo aquél, dijo Diógenes: «Medio óbolo de queso deshizo tu amistad y la mía». Habiendo visto una vez que un muchacho bebía con las manos, sacó su colodra (370) del zurrón y la arrojó, diciendo: «Un muchacho me gana en simplicidad y economía». Arrojó también el plato, habiendo igualmente visto que otro muchacho, cuyo plato se había quebrado, puso las lentejas que comía en una poza de pan.

12. Silogizaba de esta forma: «De los dioses son todas las cosas; los sabios son amigos de los dioses, y la cosas de los amigos son comunes; luego todas las cosas son de los sabios». Habiendo una vez visto que una cierta mujer se postraba ante los dioses indecentemente, queriéndola corregir, le dijo: «¿No te avergüenzas, oh mujer, de estar tan indecente teniendo detrás a Dios que lo llena todo?» Esto lo refiere Zoilo Pergeo. Dedicó a Esculapio la imagen de uno que hacía dar contra tierra la cara de los que la bajaban hasta junto a ella en sus adoraciones (371). Solía decir que habían caído sobre él las imprecaciones de las tragedias; pues ni tenía ciudad ni casa, estaba privado de la patria, era pobre, errante y pasaba una vida efímera. Que oponía a la fortuna el ardimiento; a la ley la naturaleza, y la razón a las pasiones. Estando tomando el sol en el Cranión, se le acercó Alejandro y le dijo: «Pídeme lo que quieras»; a lo que respondió él: «Pues no me hagas sombra».

13. Leyendo un cierto escrito sobradamente largo, como ya llegase al fin y se viese la última hoja sin letras, dijo: «Buen ánimo, señores, que ya veo tierra». A uno que con silogismos le probaba que tenía cuernos (372), tocándose la frente, le dijo: «Yo no los veo». Igualmente, diciendo otro que no había movimiento, se levantó y se puso a pasear. A uno que discurría de los meteoros, le dijo: «¿Cuánto ha que viniste del cielo?» Habiendo cierto eunuco, hombre perverso, escrito sobre el ingreso de su casa: «No entre por aquí ningún malo», dijo: «¿pues cómo ha de entrar el dueño de la casa?» (373). Ungíase los pies con ungüento, y decía: «Que el ungüento puesto en la cabeza se iba por el aire; pero el que ponía en los pies subía al olfato».

14. Diciéndole los atenienses que se iniciase, porque los iniciados presiden en el infierno, respondió: «Cosa ridícula es que Agesilao y Epaminondas vivan en el lodo, y que los que son viles, sólo por estar iniciados hayan de poseer las islas de los bienaventurados». Habiendo subido los ratones sobre su mesa, dijo: «He aquí que Diógenes también mantiene parásitos». Como Platón lo llamase perro, respondió: «Dices bien, puesto que me volví a los que me vendieron» (374). Saliendo de los baños, a uno que le preguntó si se bañaban muchos hombres, dijo que no; pero a otro que le preguntó si había mucha gente, dijo que sí. Habiendo Platón definido al hombre animal de dos pies sin plumas, y agradádose de esta definición, tomó Diógenes un gallo, quitóle las plumas y lo echó en la escuela de Platón, diciendo: «Éste es el hombre de Platón». Y así se añadió a la definición, con uñas anchas. A uno que le preguntó a qué hora conviene comer, le respondió: «Si es rico, cuando quiere; si es pobre, cuando puede».

15. Habiendo visto en Megara las ovejas cubiertas con pieles (375), y desnudos los muchachos, dijo: «Entre los megarenses más vale ser carnero que hijo». A uno que le dio un golpe con un madero, y luego decía: «guarda, guarda», le dijo: «¿Quieres acaso herirme nuevamente?» A los oradores del pueblo (376) los llamaba «ministros (377) de la turba»; y a las coronas «vejigas de glorias». Encendía de día un candil, y decía: «Voy buscando un hombre». Una vez le daba encima un canal de agua; y como muchos se compadeciesen, Platón, que también estaba presente, dijo: «Si queréis compadeceros de él, idos», con lo cual quiso significar su gran deseo de gloria. Habiéndole uno dado un bofetón, dijo: «Por Dios que yo ignoraba una bella cosa, y es que debo llevar casquete». Abofeteándolo también Midias, y diciéndole: «Sobre la mesa hay para ti tres mil», al día siguiente, tomando las correas de los púgiles, lo golpeó muy bien, diciendo: «Tres mil hay para ti sobre la mesa». Preguntándole un boticario, llamado Lisias, si creía que había dioses, respondió: «¿Cómo no lo creeré si te tengo a ti por enemigo de ellos?» Algunos atribuyen esto a Teodoro.

16. Viendo una vez a uno todo mojado de una aspersión (378), dijo: «¡Oh infeliz! ¿no sabes que así como las aspersiones no te lavan de tus pecados en la gramática, tampoco lavarán los crímenes de tu vida?» Culpaba los hombres acerca de la oración, diciendo que «piden no las cosas realmente buenas, sino las que les parecen buenas». A los que se amedrentaban de los sueños, les decía: «¡No os conmovéis de lo que hacéis despiertos, y vais escudriñando lo que imagináis dormidos!» En los juegos olímpicos, habiendo pronunciado el pregonero: «Venció Dixipo a los hombres», dijo Diógenes: «Ése venció a los esclavos; yo a los hombres». Era amado de los atenienses, pues a un mozo que le quebró la tinaja lo castigaron con azotes, y a Diógenes le dieron otra. Dionisio Estoico dice que habiendo quedado prisionero después de la batalla de Queronea, fue llevado a Filipo; y como éste le preguntase quién era, respondió: «Un espía de tu insaciabilidad». Fue admirado por esto, y puesto en libertad.

17. Habiendo Alejandro enviado una carta a Antípatro, que estaba en Atenas, por mano de un tal Atlías, como Diógenes se hallase presente, dijo: «Atlías, de Atlías, por Atlías, a Atlías» (379). Habiéndolo Perdicas amenazado de que lo había de matar si no iba a verlo, le dijo: «No harás una gran cosa; pues un escarabajo (380) y un falangio lo harían también»; y le dijo por contraamenaza que «sin él viviría feliz». Solía clamar con frecuencia, diciendo que «los dioses han dado a los hombres una vida fácil; pero que ésta se oculta a los que van buscando dulzuras, ungüentos y cosas semejantes». Así, a uno a quien un criado estaba calzando, le dijo: «Todavía no eres dichoso si no te suena también las narices; pero esto será cuando te sean cortadas las manos».

18. En una ocasión, habiendo visto a los diputados llamados hieromnémones que llevaban preso a uno que había robado una taba del erario, dijo: «Los ladrones grandes llevan al pequeño». Viendo una vez a un joven que tiraba piedras a un patíbulo, le dijo: «Buen ánimo, mancebo, que tú darás en el blanco». A unos mozos que le estaban alrededor y decían: «Cuidamos que no nos muerdas», les respondió: «No os dé cuidado, muchachos; el perro no come acelgas». A uno que por delicia vestía una piel de león, le dijo: «Deja de afrentar los vestidos del valor». A otro que llamaba dichoso a Calístenes, y decía que disfrutaba las magnificencias de Alejandro, le dijo: «Ante es infeliz, pues come y cena cuando a Alejandro le da la gana». Cuando necesitaba de dinero lo pedía a sus amigos, no como prestado, sino como debido.

19. Haciendo una vez en el foro acciones torpes con las manos, decía: «¡Ojalá que frotándome el vientre no tuviese hambre!» Habiendo visto a un joven que se iba a cenar con los sátrapas, retirándolo de ellos, lo restituyó a los suyos, mandándoles cuidasen más de él. A un mozo muy adornado que le preguntaba cierta cosa, le dijo que no le respondería si primero no se levantaba la ropa y mostraba si era mujer u hombre. A otro joven que estando en el baño echaba vino del jarro al vaso haciendo ruido, le dijo: «Cuanto mejor, tanto peor» (381). Estando en una cena, hubo algunos que le echaron los huesos como a un perro, y él, acercándose a los tales, se les meó encima como hacen los perros. A los oradores y demás que ponen toda su gloria en la retórica, los llamaba tres veces hombres por tres veces miserables. Al rico ignorante lo llamaba oveja con la piel de oro. Habiendo visto escrito en la portada de la casa de un pródigo: «Se vende», dijo: «Ya sabía yo que por la ebriedad desmoderada habías de vomitar presto a tu dueño». A un mozo que se quejaba de la turba popular que lo perturbaba, le dijo: «Deja tú también de dar indicio de lo que deseas».

20. Hallándose en un baño poco limpio, dijo: «¿Los que se bañan aquí dónde se lavan?» Como un mal citarista fuese despreciado de todos, sólo él lo alababa; y preguntado por qué, respondió: «Porque tal como es, toca su cítara y canta, mas no roba». A otro citarista y cantor a quien siempre desamparaban los oyentes, lo saludaba así: «Dios te guarde, gallo». Preguntándole él la causa de esto, respondió: «Porque cantando haces levantar a todos» (382). Estando una multitud de gentes mirando a un joven que refería alguna cosa (383), Diógenes se llenó el seno de altramuces y se puso a comer enfrente; y como las gentes se volviesen a el, dijo que «se maravillaba de que dejando al otro, lo mirasen a él».

21. Diciéndole uno muy supersticioso: «De un golpe te romperé la cabeza», le respondió: «Y si yo estornudo (384) a tu lado izquierdo, te haré temblar». Habiéndole Hegesias pedido alguno de sus escritos para leerlo, le dijo: «Necio eres, Hegesias, que buscas los higos pintados y no los verdaderos, dejando la verdadera y efectiva ejercitación y yéndote a la escrita». A uno que le objetaba el destierro, le dijo: «Por ese mismo destierro, oh infeliz, he sido filósofo». Diciéndole también otro: «Los sinopenses te condenaron a destierro», respondió: «Y yo a ellos a quedarse». Habiendo visto a un vencedor en los juegos olímpicos que guardaba ovejas, le dijo: «Presto, amigo, pasaste de los Juegos Olímpicos a los Nemeos» (385).

22. Preguntado por qué los atletas eran insensibles respondió: «Porque son compuestos de carne de puerco y de buey». Pidió una vez le pusieran estatua; y preguntado por que pedía esto, respondió: «Porque quiero no conseguirlo». Pidiendo asistencia a uno (pues en los principios la pobreza le obligó a pedir), le dijo: «Si has dado ya a otro, dame también a mí; y si a nadie has dado, comienza por mí». Preguntado una vez por un tirano qué metal sería mejor para una estatua, respondió: «Aquel de que se fundieron las de Harmodio y Aristogitón». Preguntado cómo usaba Dionisio de los amigos, respondió: «Como costales de harina, que cuando están llenos los cuelga, y cuando vacíos los arroja». Habiendo un recién casado escrito sobre la puerta de su habitación: «Hércules Calinico, hijo de Júpiter, habita aquí: nada malo entre», añadió Diógenes a continuación: «Después de la batalla el socorro». Al amor del dinero lo llamaba «la metrópoli de todos los males». Viendo en una hostería a un pródigo que comía aceitunas, le dijo: «Si así hubieras comido, no cenarías así».

Share on Twitter Share on Facebook