Aquellos grandes hombres, con dignidad severa
Que es la lección más alta de su ilustre carrera,
En la bella y difícil conciencia del deber,
Para honra de la patria dicen como hay que ser.
Mandan que en una vida de sencilla nobleza,
Tengamos bien unidos corazón y cabeza;
Como el pilar constante, si es sólido su ajuste,
Un sólo miembro íntegra con la basa y el fuste.
Proclaman que adoptemos la honradez valerosa
Que asegura la fama de la joven esposa;
Porque la patria es bella y es joven todavía,
Y es propio de la llama consumir la bujía.
Que el egoísmo es perro traicionero, y guarda
Mal la heredad hermosa cuando la ración tarda.
Que no hay casa estimable cuando no tiene adentro
La llama hospitalaria por amistoso centro.
Y que no hay garantía tan fiel para la puerta,
Como la del vecino que la halla síempre abierta.
Que el sol de la bandera no cobije intereses
Bastardos, proveyendo la igualdad de las mieses
Y la paz de los hombres con justiciero rayo;
Pues ya la junta el mismo 25 de Mayo,
Ordenó en su proclama que el porvenir encierra:
«Llevad hasta los últimos términos de la tierra»
La persuación de vuestra cordialidad». Y el Canto
De las primeras glorias, con grito sacrosanto
Que habló en mares y cumbres como un viento profundo,
Nos predijo por libres los plácemes del mundo.
Y la sólida regla de la Constitución,
Abrió á todos los hombres el noble pabellón,
Como árbol de justicia donde la primavera,
Con sus flores azules y blancas se embandera.
Quieren que realicemos con dicha más segura,
Sin espadas ni leyes la libertad futura;
Asi como bebemos con sencillo alborozo,
El agua que el pocero nos alumbró en el pozo.
Que nuestros brazos libres sean gajos de fuerza,
Para que no haya cepo de opresión que los tuerza.
Que para nuestro espíritu, de todo justo hermano,
Una amistad inmensa sea el Género Humano.
Que hagamos de sus tumbas las macetas de flores
Con que los buenos muertos prorrogan sus amores,
Como si nos dijeran con su palabra honrada
Que la eternidad fórmase de vida renovada;
Y que así como ellos precisamos vivir,
No de pasado ilustre, sino de porvenir.
Que sea, al completarse cada fasto sonoro,
Nuestra espalda la puerta cerrada del decoro;
Y el animoso pecho la delantera proa,
Para mejores hechos dignos de nueva loa;
Pues ellos nos dejaron en sus actos más bellos,
El duro y noble encargo de ser mejores que ellos.
Su probidad sencilla, su piedad grave y recta,
El porfiado heroismo de su vida imperfecta,
El timbre igualitario que dieron á sus nombres,
Nos prueba que, ante todo, cuidaban de ser hombres.
Y lo que nos los torna más buenos y admirables
En los póstumos días, es que son imitables.
Quiere el viejo fecundo florecer en la prole,
Y ser el fundamento de progresiva mole
Enaltecida en causa genial de fortaleza.
El árbol valeroso no se esparce en maleza.
Antes pujando el bosque con formidable anhelo,
Cada año engendra y lanza nuevo vástago al cielo;
Que sobre los ramages, sonoros de huracán,
Cruza como una espada su hombro de capitán.