LXII El arponeo

Una palabra en relación con un episodio del último capítulo.

Conforme a la costumbre invariable de la pesca de la ballena, la lancha se aparta del barco con el jefe, el que mata la ballena, como timonel interino, mientras el arponero, el que hace presa en la ballena, va en el remo de proa, el llamado remo del arponero. Ahora, se necesita un brazo fuerte y nervudo para disparar el primer hierro clavándoselo al pez, pues a menudo, en lo que se llama un disparo largo, el pesado instrumento ha de ser lanzado a la distancia de veinte o treinta pies. Pero, por prolongada y agotadora que sea la persecución, el arponero tiene que tirar mientras tanto del remo con todas sus fuerzas; más aún, se espera que dé a los demás un ejemplo de actividad sobrehumana, no sólo remando de modo increíble, sino con repetidas exclamaciones, sonoras e intrépidas; y lo que es eso de seguir gritando hasta el tope de la capacidad propia, mientras los demás músculos están tensos y medio sacudidos, lo que es eso, no lo saben sino los que lo han probado. Por mi parte, yo no puedo gritar con toda mi alma y al mismo tiempo trabajar de modo inexorable. Así, en esa situación tensa y aullante, de espaldas al pez, de repente el exhausto arponero oye el grito excitante: «¡De pie, y dale!».

Entonces tiene que dejar y asegurar el remo, dar media vuelta sobre su base, sacar el arpón de su horquilla, y con la escasa fuerza que le quede, tratar de clavarlo de algún modo en la ballena. No es extraño entonces que, tomando en su totalidad la flota entera de balleneros, de cada cincuenta ocasiones de arponeo no tengan éxito cinco; no es extraño que tantos malhadados arponeros sean locamente maldecidos y degradados; no es extraño que algunos de ellos se rompan efectivamente las venas en la lancha; no es extraño que algunos cazadores de cachalotes estén ausentes cuatro años para cuatro barriles; no es extraño que, para muchos armadores, la pesca de la ballena sea un negocio en pérdida, pues es del arponero de quien depende el resultado de la expedición, y si le quitáis el aliento del cuerpo, ¿cómo podéis esperar encontrarlo en él cuando más falta hace?

Además, si el arponeo tiene éxito, luego, en el segundo momento crítico, esto es, cuando la ballena echa a correr, el jefe de lancha y el arponero empiezan también a correr a la vez a proa y a popa con inminente riesgo propio y de todos los demás. Entonces es cuando cambian de sitio; y el jefe de bote, principal oficial de la pequeña embarcación, toma su puesto adecuado en la proa de la lancha.

Ahora, no me importa quien mantenga lo contrario, pero todo esto es tan loco como innecesario. El jefe debía quedarse en la proa desde el principio al final; él debería disparar tanto el arpón como la lanza, sin que se esperara de él que remara en absoluto, salvo en circunstancias obvias para cualquier pescador. Sé que esto a veces implicaría una ligera pérdida de velocidad en la persecución, pero una larga experiencia en diversos barcos balleneros de más de una nación me ha convencido de que, en la gran mayoría de fracasos en la pesca, lo que los ha causado no ha sido tanto la velocidad de la ballena cuanto el agotamiento antes descrito del arponero.

Para asegurar la mayor eficacia en el arponeo, todos los arponeros del mundo deberían ponerse de pie saliendo del ocio, y no de la fatiga.

Share on Twitter Share on Facebook