CXXVII En cubierta

El ataúd, puesto sobre dos barriletes de cable, entre el banco de los tornillos y la escotilla abierta; el carpintero, calafateando las junturas, con la ristra de estopa retorcida saliendo lentamente de un gran rollo metido en el pecho de la blusa. AHAB sale lentamente por la porta de la cabina, y oye a PIP que le sigue.

—¡Atrás, muchacho! En seguida vuelvo contigo. ¡Allá va! Ni esta mano obedece a mi humor más dócilmente que ese muchacho. ¡La nave central de una iglesia! ¿Qué hay ahí?

—Boya de salvamento, capitán. Órdenes del señor Starbuck.

¡Eh, mire, capitán! Cuidado con la escotilla.

—Gracias, hombre. Tu ataúd está muy cerca de la fosa. —¿Capitán? ¿La escotilla? ¡Ah, así es, capitán, así es!

—¿No eres tú el fabricante de piernas? Mira, ¿este muñón no procede de tu taller?

—Creo que sí, capitán: ¿aguanta bien el zuncho?

—Bastante bien. Pero ¿no eres también el enterrador?

—Sí, señor; yo arreglé esta cosa de aquí como ataúd para Queequeg, pero ahora me han puesto a convertirla en otra cosa. —Entonces, dime: ¿no eres un redomado entremetido intruso, un monopolizador pícaro impío, para estar un día haciendo piernas y al otro día ataúdes para encerrarlas, y luego boyas salvavidas con esos mismos ataúdes? Tienes la misma falta de principios que los dioses, y eres un enredador para todo, igual que ellos.

—Pero yo no lo hago con intención, capitán. Lo hago por hacer.

—Como los dioses, también. Escucha, ¿no cantas siempre, cuando trabajas en un ataúd? Los titanes, según dicen, canturreaban melodías cuando hacían astillas los cráteres para convertirlos en volcanes, y el sepulturero de la función canta azada en mano. ¿No lo haces tú?

—¿Cantar, capitán? ¿Canto yo? Ah, en eso soy bastante mediano; pero el motivo por el que el sepulturero hacía música debe ser porque su azada no la tenía. Pero el mazo de calafate está lleno de música. Escúchelo.

—Sí, y eso es porque la tapa hace de caja de resonancia, y lo que convierte todas las cosas en caja de resonancia es esto... que no hay — nada debajo. Y sin embargo, un ataúd con un cuerpo dentro suena poco más o menos lo mismo, carpintero. ¿Alguna vez has ayudado a llevar un féretro, y has oído el ataúd chocando con la verja del cementerio, al entrar?

—A fe, capitán, yo...

—¿Fe? ¿Eso qué es?

—Bueno, pues eso de a fe, es sólo una especie de exclamación... eso es todo, capitán.

—Hum, hum; sigue.

—Iba a decir que...

—¿Eres un gusano de seda? ¿Tejes tu propio sudario sacándotelo de ti mismo? ¡Mírate el pecho! ¡Despáchate! Y haz desaparecer estos trastos...

—Se va a popa. Ha sido repentino, esta vez; pero en las latitudes cálidas, los chubascos vienen de repente. He oído decir que la isla de Albemarle, una de los Galápagos, está cortada por la mitad por el ecuador. Me parece que a ese viejo le corta una especie de ecuador, también, por la mitad. Siempre está en la línea... ferozmente cálido, os lo aseguro. Mira para acá... vamos, estopa; deprisa. Ya vamos otra vez. Este mazo de madera es el tapón, y yo soy el profesor de vasos musicales... ¡tac, tac!

AHAB, para sí mismo

—¡Qué espectáculo! ¡Qué ruido! ¡El encanecido pájaro carpintero golpeando en el árbol hueco! Los ciegos y los mudos pueden ser ahora bien envidiados. ¡Ved! esa cosa descansa en dos barriletes de cabo, llenos de cabos balleneros. Un tipo muy maligno, ese hombre. ¡Tac, tac! ¡Así es el tictac de los segundos del hombre! ¡Ah, qué inmateriales son todos los materiales! ¿Qué cosas reales hay, sino los pensamientos imponderables? Aquí está ahora el mismísimo símbolo temido de la muerte terrible, que, por puro azar, se convierte en el signo expresivo de la ayuda y la esperanza de la vida más en peligro. ¡Una boya salvavidas hecha de un ataúd! ¿Va aún más allá? ¿Podrá ocurrir que, en algún sentido espiritual, el ataúd sea, después de todo, el preservador de la inmortalidad? Pensaré sobre esto. Pero no. Tanto he avanzado por el lado oscuro de la tierra, que su otro lado, el claro y teórico, me parece sólo un crepúsculo incierto. ¿No acabarás nunca, carpintero, con ese ruido maldito? Me voy abajo; que no vea aquí esto cuando vuelva. Ahora, Pip, hablaremos de esto: de ti absorbo maravillosas filosofias. ¡Algunos desconocidos conductos de los mundos desconocidos deben vaciarse en ti!

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