CXXI  Medianoche. Las almuradas del castillo de proa

STUBB y FLASK, en lo alto, reforzando amarras a las anclas allí pendientes

—No, Stubb, podrá golpear ese nudo todo lo que le plazca, pero jamás me hará entrar a golpes lo que acaba de decir. ¿Y cuánto tiempo hace que ha dicho exactamente lo contrario? ¿No decía una vez que el barco en que navegue Ahab tendría que pagar algo extra de póliza de seguro, como si estuviera cargado de barriles de pólvora a popa y cajas de fósforos a proa? Vamos a ver; ¿no decía eso?

—Bueno, supongamos que sí. ¿Y qué? En parte, he cambiado de carne desde entonces: ¿por qué no de pensamiento? Además, suponiendo que estemos cargados de barriles de pólvora a popa y cajas de fósforos a proa, ¿cómo diablos iban a prenderse los fósforos en esta lluvia que nos cala? Vea, amiguito, usted, con su bonito pelo rojo, no podría ahora prenderse fuego. Sacúdase, Flask; es Acuario, el Aguador: podría llenar cántaros en el cuello del capote. ¿No ve, entonces, que para esos peligros extra, las compañías de seguros marítimos tienen garantías extra? Aquí están las bocas de agua, Flask. Pero escuche, otra vez, y le contestaré a lo otro. Pero primero quite la pierna de esa cruz de ancla, para que pueda pasar el cabo; y ahora escuche. ¿Cuál es la gran diferencia entre levantar en la tormenta un pararrayos de mástil, o estar en una tormenta al lado de un mástil que no tiene en absoluto pararrayos? ¿No ve, cabeza de leño, que no le puede pasar nada al que sostiene el pararrayos, si antes no cae el rayo en el mástil? ¿De qué habla entonces? Ni un barco de cada cien lleva pararrayos, y Ahab —sí, hombre, y todos nosotros— no estábamos en mayor peligro, en mi pobre opinión, que todos los tripulantes de diez mil barcos que ahora navegan por el mar. Vaya, «Puntal», supongo que usted haría que todos en el mundo fueran por ahí con un pequeño pararrayos saliendo del pico del sombrero, como esa pluma de asador de un oficial de la milicia, y con el cable arrastrando atrás como la banda. ¿Por qué no es sensato, Flask? Es fácil ser sensato; ¿por qué no lo es, entonces? Cualquier hombre con medio ojo puede ser sensato.

—No lo sé, Stubb. A veces a usted le resulta bastante difícil.

—Sí, cuando uno está calado hasta los huesos, es difícil ser sensato, eso es cierto. Y yo estoy calado con esta lluvia. No importa; doble el cabo ahí, páselo. Me parece que estamos amarrando estas anclas como si no se fueran a usar nunca jamás. Atar estas dos anclas aquí, Flask, parece como atarle a un hombre las manos a la espalda. Y ¡qué manos tan generosas y grandes, desde luego! Son sus puños de hierro, ¿eh? ¡Qué cabida tienen, también! Me pregunto, Flask, si el mundo estará anclado a algo; pero si lo está, tiene un cable extraordinariamente largo. Ea, golpee ese nudo, y hemos terminado. Eso es: después de tocar tierra, lo más satisfactorio es pisar la cubierta. Oiga, ¿quiere retorcerme los faldones del chaquetón? Gracias. Se ríen mucho de los trajes de tierra, Flask, pero me parece que en el mar debía llevarse en las tormentas un frac de colas largas. Las colas, menguando así al bajar, sirven para desviar el agua, ya ve. Y lo mismo con los sombreros de tres picos: los picos forman canalones y gárgolas, Flask. Yo ya no quiero más chaquetones ni suestes: tengo que ponerme unas colas de golondrina y encasquetarme un sombrero de copa: eso. ¡Hola, eh! Ahí sale por la borda mi sueste: ¡Señor, Señor! ¡Que los vientos que vienen del cielo sean tan groseros! Es una noche asquerosa, muchacho.

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