Acto primero

VICENTE: Llama, Luzón, a mi hermana.

LUZÓN: Según venimos de tarde,

pues ya asoma la mañana,

cansada de que te aguarde

la doncella a la ventana,

o el esclavo a la escalera,

se habrán echado a dormir.

VICENTE: Jugué y perdí.

Esta primera

nos tiene de consumir

bolsa y vida. Sales fuera

de casa al anochecer,

mudándote hasta las cintas,

y, como estás sin mujer,

ya a la polla, ya a las pintas,

damos los dos en perder,

yo, paciencia, y tú, dinero.

Volvémonos a cenar

cuando sale el jornalero,

segunda vez, a almorzar.

Llamando al alba el lucero,

aguárdate mi señora,

que, en fe de lo que te ama,

sin ti lo que es sueño ignora,

dando treguas a la cama

y nieve a la cantimplora.

Entras con llave maestra,

cenas a las dos o tres,

duermes hasta que el sol muestra

el cahiz al reloj que es

tasa de la vida nuestra.

Si la campana te avisa

de nuestra iglesia mayor,

cuando es fiesta, oyes de prisa

a un clérigo cazador,

que dice en guarismo misa.

Hincas encima del guante

una rodilla, y sobre él

más que rezador, mirante,

volatines de un coredel

pasan cuentas cada instante;

que, de oraciones vacías

como cuentas las llamaron

la dan, por no estar baldías

más de las damas que entraron,

que de las Ave-Marías.

Oyes a don Juan mentiras;

mientras alza el sacerdote,

a doña Brígida miras;

si te dio cara, picóte;

si no te la dio, suspiras;

y apenas la bendición

con el Ite, missa est

da fin a la devoción,

cuando salís dos o tres,

y, en buena conversación

el portazgo o alcabala

cobrando de cada una,

la murmuración señala

si es doña Inés importuna,

si doña Clara regala,

si se afeita doña Elena,

si ésta sale bien vestida,

si estotra es blanca o morena.

¡Mira tú si es esta vida

para un Flos Sanctorum buena!

VICENTE: Lo que se usa, no se escusa.

Eso se usa. Llama ahora.

LUZÓN De perdidos es tu escusa.

¡legue a Dios que mi señora

nos dé una vez garatusa!

Abre, pues que tienes llave.

VICENTE: ¿De qué sirve, si despierta

me espera, y que vengo sabe?

LUZÓN: Oye: abierta está esta puerta.

Para tan honesta, grave,

y amiga de estar cerrada,

mucho es que a tal hora tenga

patente en la calle entrada,

para que cualquiera venga.

VICENTE: Serán de alguna crïada

descuidos, o habrá sentido

que venimos. Entra allá.

Vase LUZÓN

Casa sin padre o marido

es fortaleza que está

sin alcalde apercebido.

Quedando por cuenta mía

mi hermana doña Violante,

mucho mi descuido fía

del natural inconstante

de una mujer, que podría

abrir puerta a la ocasión

con la que le da mí juego.

Hechizos los naipes son;

que poco hay de juego a fuego.

¡Encantada ocupación

es la de un tahur! ¡Qué olvido

en todos causa el jugar!

Decía un bien entendido

que no hay honra que fïar

en el jugador marido.

Más que amor el juego abrasa,

porque aquél mira el honor,

cuyos límites no pasa;

pero ¿ cuándo el jugador

tuvo cuenta con su casa?

A ver en mí mismo vengo

la experiencia de esto llana;

y, si enmiendas no prevengo,

es por ser cierta en mi hermana

la satisfacción. que tengo.

Sale LUZÓN

LUZÓN: Todos duermen en Zamora;

sólo no he podido hallar

a tu hermana y mi señora,

y dame que sospechar

la puerta abierta a tal hora,

y el hallar este papel

para ti sobre la mesa.

VICENTE: ¿Qué dices?

LUZÓN: No sé; por él

podrás ver si, en esta impresa,

de desafío es cartel

contra tu poco cuidado.

VICENTE: Letra es de doña Violante.

LUZÓN: Por la pinta la has sacado.

Brujulea, que adelante

verás qué juego te ha entrado.

Lee

VICENTE: "El poco cuidado, hermano

mío,

que los dos hemos tenido, tú con

tu casa y yo con mi honra, ha dado

ocasión para que de entrambas falte

la prenda de más estima. Mientras

tú jugabas dineros, perdí yo lo que

no se adquiere con ellos. Un don

Pedro de Mendoza, forastero en

Valencia, pagó en palabras de

casamiento obras de voluntad.

Huyendo se va, y dice quien le

encontró, que camino de Castilla;

y yo de un monasterio, que no quiero

que sepas, hasta que, o hallándole

me vengues, o, no pareciendo, sea

el silencio de mi vida remedio de

mi afrenta. Dentro de este papel va

la cédula que me dió de esposo;

haz lo que della gustares; y, si

culpas mi liviandad, reprehende

tu descuido.

Doña Violante."

¡Hay desdicha semejante!

Luzón, ¿qué es lo que he leído?

¡Sin honra doña Violante!

Tras la hacienda que he perdido,

la joya más importante

pierdo también. ¡El honor

que de mi padre heredé!

¡El patrimonio mejor,

que en Valencia espejo fué

de la nobleza y valor!

¡Por una mujer liviana!

¡Por un juego en que, violento,

un tahur la honra me gana!

¿Éste era el recogimiento

y la virtud de mi hermana?

¡Mal haya quien confïanza

hace en el desasosiego

de la femenil mudanza!

¡Mal haya quien en el juego

pone hacienda y esperanza!

Que si en papeles pintados

se funda todo su ser,

livianos son sus cuidados

y si es papel la mujer,

llevando los más pesados

el viento, que burlador

mi fama deja ofendida,

bien es que llore mi error

mi hacienda al juego perdida,

como al descuido mi honor.

LUZÓN: ¿De qué ha de servir ahora

ponderar, como el perdido,

lo que tarde siente y llora?

Sepamos dónde se ha ido

mi poco cuerda señora,

y sacarás de buscalla

el saber más claramente

quién fué el que vino a engañalla.

Despertar quiero la gente.

Llamando

¡Dionisia,Lucrecia!

VICENTE: Calla;

no publiques, si eres sabio,

la infamia de aqueste insulto;

ten la lengua, cierra el labio;

que, entre tanto que está oculto,

no da deshonra el agravio.

Mientras que la noche veda

que saque el sol a poblado

infamias que decir pueda,

déjame vivir honrado

este tiempo que me queda.

LUZÓN: Pues,¿ qué hemos de hacer?

VICENTE: Advierte

en lo que me ofrece agora

la industria en la ocasión fuerte.

Don Juan de Aragón adora

a mi hermana, y es de suerte,

que, aunque intenta en Zaragoza

su padre don Luis casalle

con una señora moza,

noble, y barona del Valle,

que con otros pueblos goza,

tiene en tanto la belleza

de doña Violante ingrata,

que, sin mirar su pobreza,

las otras bodas dilata,

y a éstas su amor endereza.

Toda la gente de casa,

como tan público fué,

saben lo que en esto pasa.

LUZÓN: Y yo también, señor, sé

que por tu hermana se abrasa.

VICENTE: Oye, pues. Tú has de quedarte

aquí con un papel mío,

que, en fe de que sé estimarte

por fiel, de ti mi honor fío,

como si en él fueras parte.

Escribiré en él, Luzón,

a doncellas y a crïados,

que de don Juan de Aragón

los amorosos cuidados

han llegado a ejecución

de casarse con secreto

con mi hermana en un castillo

que tiene para este efeto

prevenido, y que encubrillo

importa, por el respeto

que a su padre es bien tener;

y que, en fe de esto, llegó

esta noche, sin querer

que sepan más de él y yo

lo que determina hacer.

Por lo cual, sin avisar

a nadie, a la media noche,

a las puertas del lugar

nos esperó con un coche;

y yo, para asegurar

su alboroto y confusión,

les escribo este papel.

Fingirás admiración,

y que ignorabas en él

nuestra jornada a Aragón;

dirásle que te mandé

que nuestra vuelta esperases,

y el gobierno te encargué

de casa, y con que gastases

en mi ausencia te dejé.

También les escribiré esto.

Iré a don Juan de Aragón;

diréle que, porque ha puesto

los ojos cierto barón

valenciano y descompuesto

en mi hermana, la he sacado

de Valencia, y, por quitar

la esperanza a su cuidado,

he querido divulgar

que en secreto se han casado

los dos; y él, agradecido,

mi engaño defenderá,

y, con esto persuadido,

en pie mi honor quedará,

ignorado, aunque ofendido.

Partiré luego a Castilla

en busca de este tirano,

que a sus pies mi honor humilla;

y, si negase la mano

a quien se atrevió a pedilla,

vengándose mi esperanza,

demostrará la experiencia

lo que mi valor alcanza,

y que a injurias de Valencia

ofrece armas la venganza.

LUZÓN: Bien me parece todo eso.

VICENTE: Ven, y daréte el papel.

¡Ay, Luzón, que estoy sin seso!

LUZÓN: Tu hermana estaba sin él,

y dió en tierra con su espejo.

Vanse. Salen Don PEDRO de Mendoza y

AGUDO, de

camino

PEDRO: ¿Hay buenas camas?

AGUDO: De Holanda

prometen sábanas.

PEDRO: Bien.

AGUDO: Colcha y rodapiés también

de red, con su flueco y randa;

dos almohadas que alistan

lazos de azul y amarillo,

debajo de un acerillo,

y porque sus faldas vistan

las manchas,de la pared,

tres sábanas, aunque tiernas

por viejas, distinguen piernas,

ya de lienzo, ya de, red.

Un cielo encima colgado,

con fluecos del mismo modo,

que, viéndole blanco todo

dije, "el cielo está nublado,"

y dos doseles, que son

adorno del aposento;

un prolijo paramento;

pintada en él la Pasión

y la historia de Susana,

con los dos viejos y el baño;

y, al otro lado del paño,

un San Joaquín y Santa Ana,

y un ángel sobre la puerta

que con las alas los junta;

al otro un sayón que apunta

a un San Sebastián que acierta;

luego un San Antón muy viejo

con su vestido de estera,

y debajo la escalera;

junto de él, un San Alejo.

Remátase la labor

con la espigadera Rud,

cual le dé Dios la salud

al bellaco del pintor.

PEDRO: Con eso vive contenta

aquesta gente sencilla.

No es Arganda mala villa.

AGUDO: Tiene un soto que sustenta

con su caza y entretiene

a sus vecinos y dueños.

Corren toros jarameños,

que a gozar la corte viene

por pasar por él Jarama,

de quien sus vecinos beben

las fuerzas con que se atreven;

que son bravos de la fama.

PEDRO: ¿Está la maleta arriba?

AGUDO: Dando abrazos al cojín.

PEDRO: ¡Que hoy hemos de entrar, en fin,

en Madrid!

AGUDO: Él te reciba

con buen pie; que es menester

confesar y comulgar,

como quien se va a embarcar,

quien su golfo quiere ver.

PEDRO: ¿Golfo?

AGUDO: Y no de muchas leguas.

PEDRO: Bien dices, si a Madrid llamas

manso golfo de las damas.

AGUDO: Antes golfo de las yeguas.

¡Qué mal su rumbo conoces!

¿Más que te han de marear

la bolsa luego al entrar,

si tiran sus olas coces?

PEDRO: ¿Por qué, si a casarme voy?

AGUDO: Tu nombre lo ha declarado.

¿De mando a mareado,

qué va?

PEDRO: Satisfecho estoy

de que en doña Serafina

no hay recelo que me asombre,

porque, del modo que el nombre,

tiene la fama divina.

AGUDO: Serafín bien puede ser;

mas no creo en serafines,

que por andar en chapines,

son fáciles de caer.

Y serafines caídos

ya tú ves que son demoniios.

PEDRO: Como aqiuesos testimonios

les levantan atrevidos.

AGUDO: ¿Hasla visto?

PEDRO: ¿Cómo puedo,

si ha un mes que desembarqué

de Sanlúcar y llegué

de Méjico?

AGUDO: ¿Y sin más miedo

te vas a casar con ella,

sus virtudes canonizas,

su hermosura solemnizas,

y te enamoras sin vella?

PEDRO: Escribió su padre al mío

sobre aqueste casamiento;

que no pudo el elemento

del mar enfadoso y frío

anegar correspondencias

de su pasada amistad,

pues las que la mocedad

funda, vencen las ausencias.

Informóse de su estado,

que, por ser tan conocido,

mil testigos ha tenido,

que a las Indias han pasado;

de su hacienda, que es copiosa;

de la edad, virtud y fama

que en Madrid tiene mi dama;

supo que era virtüosa

como bella, y, en belleza

la misma exageración

celebrada en opinión,

apetecible en riqueza,

moza, apacible, discreta,

y un sujeto digno, en fin,

de tan bello serafín.

AGUDO: ¿Pintótela algún poeta?

PEDRO: No sino la fuerza mucha

de la verdad, que, pasada

por agua, es más estimada,

porque allá, tarde se escucha.

AGUDO: ¿Y lo crees como evidencia?

PEDRO: Conozco con claridad

en la ausencia la verdad,

la lisonja en la presencia.

No son los hombres de ahora

de tan sanas intenciones,

que, en vez de murmuraciones,

se hagan lenguas cada hora

en alabar excelencias

de quien no interesan nada,

pues aun de la más honrada,

sacan falsas consecuencias.

Fama, Agudo, que ha llegado

limpia a Méjico, y a prueba

de las lenguas, ¡cosa nueva!

AGUDO: Y más donde es tan usado

el murmurar, que sin ciencia

colige toda criatura,

"¿Indiano? Luego murmura."

Bien vale la consecuencia.

PEDRO: Partí a Cuenca desde el Puerto

en busca de un tío anciano,

rico y de mi padre hermano;

había un año que era muerto;

y, sin dar me a conocer

a deudos impertinentes

--que, a título de parientes,

salteadores suelen ser

de la perseguida plata,

más segura de escapar

de los peligros del mar,

que de un pariente pirata,--

voy a Madrid, donde espero

ver si se iguala en mi dama

la presencia con la fama.

AGUDO: Cenaremos, lo primero,

y dormiremos un rato.

PEDRO: Cenar sí, mas dormir no.

AGUDO: El reloj las doce dió.

PEDRO: Ponerme a caballo trato,

con el bocado en la boca.

¿Qué tenemos que cenar?

AGUDO: Puesto está un conejo a asar,

y una perdiz, a quien coca

una bota yepesina

mezclada con hipocrás,

y muerta por darnos paz.

PEDRO: ¿No hay más?

AGUDO: Hay una gallina

fïambre, y medio pernil

mercader, que trata en lonjas,

--¡y qué tales!--como esponjas

de Baco. Hay medio barril

de aceitunas vagamundas;

que las de oficio se van

de Córdoba a cordobán;

y si en postres asegundas,

en conserva hay piña indiana,

y en tres o cuatro pipotes,

mameyes, zipizapotes;

y si de la castellana

gustas, hay melocotón

y perada; y al fin saco

un tubano de tabacoo

para echar la bendición.

PEDRO: Mira si hay en la posada

algún noble forastero,

que, en mi mesa compañero,

nos haga menos pesada

la cena.

AGUDO: Nadie ha venido.

PEDRO: Sin compañía, ya sabes

que son tasajos las aves

para mí.

AGUDO: Escucha, rüido

de cabalgaduras siento,

que entran.

Salen CORNEJO, el HUÉSPED, y GABRIEL

hablando desde dentro

CORNEJO: Loado sea Dios,

¿hay posada para dos,

seó huésped?

HUÉSPED: Y para ciento.

GABRIEL: Alto pues; ten de ese estribo.

Salen GABRIEL, CORNEJO y el

HUÉSPED

GABRIEL: ¿Qué hora es?

AGUDO: Las doce han dado.

PEDRO: Seáis, señor, bien llegado.

CORNEJO:: Venga un harnero y un cribo,

y en ellos paja y cebada.

GABRIEL: Dios guarde a vuesa merced.

Esa maleta meted

donde no nos pongan nada.

CORNEJO: Huésped, venga un aposento.

PEDRO: En el nuestro puede estar,

que luego hemos de picar,

y recebiré contento

que favorezcáis mi mesa;

que, aunque la cena se enfría,

aguardaba compañía.

GABRIEL: Liberalidad es ésa

digna de vuestra presencia.

PEDRO: Pon a asar otro conejo

y perdiz.

GABRIEL: Saca, Cornejo,

ese capón.

Vanse CORNEJO, AGUDO y el

HUÉSPED

PEDRO: De Valencia,

conquista antigua del Cid,

vendréis.

GABRIEL: Antes determino

hacer allá mi camino.

PEDRO: ¿Pues salistes de Madrid?

GABRIEL: Para serviros.

PEDRO: ¿A qué hora?

GABRIEL: A las diez.

PEDRO: ¡Buen caminar!

Traeréis de allá que contar

mil nuevas.

GABRIEL: Haylas cada hora;

pero dejando en secreto

sucesos que por mayor

no contarlos es mejor,

porque a sus dueños respeto,

por buenas nuevas os doy

que el rey ha convalecido.

PEDRO: Gracias a Dios!

GABRIEL: Y ha salido

a Atocha en público hoy.

PEDRO: Habrá la corte con eso

vuelto en sí; que me contaban

que en ella todos andaban

sin color, sin gusto y seso.

GABRIEL: Mi palabra os doy, que ha sido

la mayor demostración

de lealtad y de afición

que en historias he leído.

No sé yo que se haya hecho

sentimiento general,

con tal muestra y llanto tal,

por ningún rey.

PEDRO: Muestra el pecho

el reino que a tal rey debe,

que en él goza un siglo de oro.

Sin conocerle, le adoro.

GABRIEL: ¿Queréis más, si es que eso os

mueve

que todo el tiempo que ha estado

en contingencia su vida,

hasta la gente perdida

dicen que se había olvidado

de ejecutar la ganancia

de su trato deshonesto?

PEDRO: Echó el sentimiento el resto,

y conoció la importancia

de la vida de tal rey,

cuya mansedumbre extraña

es causa que goce España

su hacienda, su paz, su ley,

sin contrastes ni temores.

GABRIEL: Cosa estraña, que en veinte años

que reina, ni hambres, ni daños,

pestes, guerras, ni rigores

del cielo hayan afligido

este reino!

PEDRO: Antes por él

mana España leche y miel.

De promisión tierra ha sido.

GABRIEL: No le viene el nombre mal,

pues que en su tiempo ha alcanzado

Castilla el haber comprado

la hanega de trigo a real,

y el dar la cosecha a medias

del vino, a quien a ayudar

se atreviera a vendimiar.

PEDRO: ¿Qué hay,en Madrid de come-

dias?

GABRIEL: Todo lo ha desazonado

la salud del rey en duda;

no hay quien con gusto a ella acuda.

La corte había alborotado

con el Asombro Pinedo

de la limpia Concepción;

y fuera la devoción

del nombre, afirmaros puedo

que en este género llega

a ser la prima.

PEDRO: ¿Y de quién?

GABRIEL: De Lope; que no están bien

tales musas sin tal Vega.

PEDRO: Por mi opinión argüís.

Sale CORNEJO

CORNEJO: Si es que habemos de picar,

¿qué aguardas? Alto, a cenar.

GABRIEL: ¿De dónde, señor, venís?

PEDRO: De Cuenca inmediatamente,

y de las Indias después.

GABRIEL: ¿Mucha plata?

PEDRO: El interés,

como siempre está en creciente,

todo lo juzga menguante.

Venid; que, mientras cenemos,

muchas cosas trataremos.

GABRIEL: Id, que yo os sigo al instante.

Vase Don PEDRO

GABRIEL: ¿Adónde, Cornejo, has puesto

nuestro hato?

CORNEJO: En esta sala

donde cenáis, que no es mala,

pues éstos se van tan presto.

Junto a su maleta está

la nuestra.

GABRIEL: Ya te he advertido

que no digas que he venido

de Valencia...

CORNEJO: Acaba ya.

GABRIEL: Ni que don Gabriel me llamo

de Herrera.

CORNEJO: Pues que yo dejo

el Beltrán por el Cornejo,

no diré el nombre de mi amo.

GABRIEL: Don Pedro soy de Mendoza,

Cornejo, de aquí adelante.

CORNEJO: ¡Cuál estará la Violante!

GABRIEL: Anda ahora.

CORNEJO: ¡Pobre moza!

Vanse. Sale doña VIOLANTE, de labradora

AGUADO, criado

VIOLANTE: No hallo disfraz mejor

para remediar mi ultraje,

Aguado, que el labrador.

AGUADO: Y estáte tan bien el traje,

que por ti lo será amor.

VIOLANTe: Si mi don Pedro tirano,

como sospecho, ha venido

a la corte, y como es llano,

viendo su honor ofendido,

ha de seguirle mi hermano,

¿cómo podré andar segura

entre los dos, sino ansí?

AGUADO: ¿Qué es, pues, lo que hacer pro-

cura

tu ingenio?

VIOLANTE: Mudar en mí

con el traje la ventura.

Buscar el alma robada

que se va tras el honor;

dar, ya que estoy deshonrada,

diligencias a mi amor,

o a mis agravios espada.

En Madrid hay tribunales

para todos, y también

han de hallarle en él mis males;

a extranjeros trata bien,

si mal a sus naturales.

Yo espero en Dios que ha de ser

madre Madrid de mi honor.

AGUADO: Industriosa es la mujer,

el amor, enredador,

y los dos sabréis hacer

engaños con que salir

de don Pedro vencedores.

¿Ámasle?

VIOLANTE: Como el vivir.

AGUADO: Árbol que ha dado las flores,

nunca supo resistir

el fruto a quien las cogió.

VIOLANTE: Como él en Madrid esté,

de mi ingenio espero yo

que fin dichoso me dé,

si mal principio me dió.

AGUADO: El que hoy habemos tenido,

no le promete muy malo,

pues al fin te ha recibido

el labrador, que señalo

por dueño tuyo.

VIOLANTE: Hemos sido

dichosos en eso. En fin,

soy villana de Vallecas.

AGUADO: Por el sayuelo y botín

el oro y la seda truecas

de la ropa y faldellín.

Lindamente le engañé.

VIOLANTE: No oí lo que le dijiste;

que de industria me aparté.

AGUADO: Discreta en todo anduviste.

Díjele que te saqué,

siendo un hombre principal

y mayorazgo de Ocaña,

de tu casa y natural,

porque tu hermosura extraña,

ennobleciendo el sayal

que de tu sangre heredaste,

me obligó a que te ofreciese

el sí de esposo, y que al traste

con obligaciones diese

que a mi nobleza usurpaste;

y mis padres y parientes,

contradiciendo mi amor,

coléricos e impacientes

que la hija de un labrador

agravie a sus descendientes,

procuraban darte muerte;

y yo, como quien te adora,

te truje aquí de la suerte

que se vio; y pretendo agora

de su furor esconderte.

Que te reciba en su casa,

como que a servirle has ido,

mientras este rigor pasa;

y, siendo yo tu marido,

venzamos la suerte escasa.

Hele dado unos escudos,

y ofertas para después,

que, debajo de cien nudos,

la cárcel del interés

los tiene presos y mudos.

En fin, el buen Blas Serrano

dice que, con el secreto

que pide el caso, está llano

por mí a tenerte respeto;

mas porque el vulgo villano

no malicie esta quimera,

que le sirves fingirás,

tal vez siendo lavandera,

y tal, si a la corte vas,

trasformada en panadera.

VIOLANTE: Todo eso viene a medida

de lo que yo he menester.

¡En fin, mudando de vida,

en Madrid he de vender pan!

AGUADO: Si tu amor a él convida,

no se le darás a secas,

pues con tu vista a quien te ama

come gustos que en sí truecas.

VIOLANTE: ¡A fe que ha de dejar fama

la villana de Vallecas!

Pero tú, ¿dónde has de estar?

Que en Madrid es peligroso,

si en él te viniese a hallar

mi hermano.

AGUADO: El que es cuidadoso,

se sabe en Madrid guardar;

pero en Alcalá de Henares,

sin ese miedo estaré.

VIOLANTE: Con todo, es bien repares,

no pase por él.

AGUADO: Sí haré.

VIOLANTE: Y, cuando a verme llegares,

sea sin que nota des

a esta gente maliciosa.

AGUADO: Entre tanto que aquí estés,

cada semana es forzosa

tu vista tres veces.

VIOLANTE: ¿Tres?

AGUADO: Y aun es poco. Pero aguarda.

¿Qué gente es ésta?

VIOLANTE: No sé.

Cualquier sombra me acobarda.

¿Que es mi hermano?

AGUADO: No hay de qué

temer; que el sayal te guarda.

Salen PEDRO y AGUDO

PEDRO: ¡Que no te dé mil estocadas,

perro,

traidor! ¡Que no te quite yo la vida!

AGUDO: ¡Déme favor, hidalgo!

PEDRO: Será yerro

que ninguno por ti perdón me pida.

AGUDO: Las maletas troqué, señor, por

yerro;

era de noche, y mucha la bebida.

Madrugaras tú menos.

PEDRO: ¿Qué esto escucho?

¡Vive Dios!

AGUADO: Deteneos.

AGUDO: Pues, ¿fué mucho...?

PEDRO: Quitaos delante, bella labradora.

Caballero, dejadme que le corte

las piernas.

AGUDO: ¡Válgame nuestra Señora

de Atocha!

VIOLANTE: Vuestro enojo se reporte.

PEDRO: ¿Qué tengo yo de hacer, bárbaro,

agora?

¿Con qué despachos entraré en la corte?

¿Cómo creerá don Juan que estoy don Pedro?

AGUDO: ¡Bien por servirte desde niño

medro!

VIOLANTE: ¿No sabremos la culpa que ha

tenido

este pobre crïado?

PEDRO: A Dios plugiera

que nunca yo le hubiera conocido,

o que al tomar la barra se muriera.

¿A quién tal desventura ha sucedido?

Cuando en Madrid mi serafín me espera

para darme de esposa el sí y la mano,

¿con qué testigos me creerá su hermano?

¿Cómo podré afirmar que de don Diego

de Mendoza soy hijo, y que ha pasado

mil leguas de agua el amoroso fuego,

que desde Arganda aquí lloro apagado?

Los despachos, las joyas, con el pliego

en que mi amor venía confïado

del virrey y mi padre, por ti pierdo;

pues no te doy la muerte, no soy cuerdo.

Torna tras ese hombre, traidor; anda.

Sube en mi macho; alcánzale, si puedes.

AGUDO: El mozo fué tras él; la furia

ablanda.

No hayas temor que sin maleta quedes.

A las dos se acostó el otro en Arganda,

y, entre cortinas que enmarañan redes,

dormideras de Yepes y lo asado,

le mandarán volverse al otro lado.

Ésta es la hora que, deshecho el trueco,

vuelve en mi mula aquí, donde le dije

que le aguardabas. Lo que a escuras peco,

perdona al sol, o nuevo mozo elige.

Si te ofendiera yo, el cerebro seco,

y el vino y sueño que a un monarca aflige

no humedecieran mis sentidos y ojos,

tuvieran causa justa tus enojos.

VIOLANTE: Si bastan a obligáros, caballe-

ros,

ruegos de una mujer y de un hidalgo,

y aquí por fuerza habéis de deteneros,

porque ocupéis aqueste tiempo en algo,

contadnos la ocasión de entristeceros.

PEDRO: ¿Cómo podré, cuando de seso

salgo?

Mas siempre, o perdidoso o ofendido,

uso ser con mujeres comedido.

Crïollo soy de Méjico, que es nombre

que dan las Indias al que en ellas nace;

a su virrey serví de gentilhombre,

que a bien nacidos honra y satisface;

la hacienda heredo a un padre y el renombre

de quien España tanto caudal hace

por los linajes que en sus reinos goza,

y llámome don Pedro de Mendoza.

VIOLANTE: (¡Ay cielos! Éste ¿no es el ape-

llido Aparte

del ingrato que busco disfrazada?)

PEDRO: Mi padre, desde España persua-

dido

por un amigo que en la edad pasada

tuvo en Madrid y no borró el olvido,

siendo estafetas una y otra armada,

de una hija que tiene, determina

hacerMe esposo, en nombre Serafina.

Tres meses ha que en un navío de aviso

le escribió que en la flota venidera

me embarcaría, y, para aviarme quiso

que en barras treinta mil pesos trujera;

mas como el mar sepulta de improviso

toda una armada, si se enoja, entera,

no se atrevió a fïar tanto tesoro

de este Midas que traga plata y oro.

Así en correspondientes de Sevilla

y de la corte cédulas librando,

de Sanlúcar pisé la antigua orilla,

barras su barra célebre surcando.

No quisieron deseos de Castilla

detenerse en Sevilla registrando

de su contratación tantos haberes,

no hablar sus codiciosos mercaderes;

antes, por ver que entonces ocupados

andaban en registros y cobranzas,

para otro tiempo dilaté cuidados,

trayéndome conmigo las libranzas.

Con dos mulas en fin y tres crïados,

cargado de papeles y esperanzas

llegué de Cuenca a la famosa sierra,

antigua patria de mi padre y tierra.

Tenía en ella un tío que hallé muerto,

y, sin hablar a deudos codiciosos,

guié a la corte, que es general puerto

del mundo, con bajíos peligrosos;

y anoche, cuando ya juzgué por cierto

el fin de mis viajes enfadosos,

como mi amor prosigue en su demanda

por ser de noche, me quedé en Arganda.

Aguardaba mi cena a un compañero

conversable; que a solas nunca trato

dar al cuerpo sustento; que es grosero

cualquier manjar sin el discreto trato.

A la conversación llamó salero

del alma un sabio; y como cualquier plato

sin sal jamás está bien sazonado,

la mesa así también sin convidado.

Mi deseo cumplió--que no debiera--

un forastero que tomó posada

en mi propio mesón. ¡Nunca a él viniera!

Recebíle cortés, y, aderezada

la cena, convidéle a que subiera

a mi aposento, y porque mi jornada

a la corte sería de allí a un rato,

mandé al mozo que en él pusiese su hato.

Juntamos cenas, supe su camino,

tratamos varias cosas en la mesa,

y el fin apenas con el postre vino,

cuando, dándome amor y el tiempo priesa,

mandé ensillar; y el sueño o desatino

de éste, que de mi dicha y bien le pesa,

trocando las maletas y cojines,

a dichosos principios dió estos fines.

En conclusión, dejándose la mía

en la posada, la del forastero

me puso en el arzón. Descubrió el día

aqueste engaño, y no será el postrero.

¡Considerad vosotros lo que haría

quien, fuera de las joyas y dinero,

que deben de valer cinco mil pesos,

pierde cartas, libranzas y procesos!

De veinte mil ducados, y más, pasa

la cantidad que en cédulas me lleva;

mirad sin ella, cuando amor me abrasa,

cómo es posible que en Madrid me atreva

a pretender esposa, ni en su casa

ose entrar, si me faltan para prueba

de que don Pedro soy cartas de abono.

¡Que la vida, villano, te perdono!

VIOLANTE: Prométoos que es desgracia

nunca oída

Mas, supuesto que el mozo fué por ella,

antes que el otro empiece su partida,

el trueco deshará, y no habrá querella.

AGUDO: La oscuridad, y el ser tan pareci-

da

con la del otro, me obligó a ponella,

por darme prisa tú, sobre tu macho.

PEDRO: Mejor dijeras por estar borracho.

Sale MATEO, mozo de mulas, con un cojín

MATEO: ¡Válgate el diablo por hombre!

Por arte de encantamento

debió de llevarle el viento

sin dejar rastro ni nombre.

PEDRO: ¿Qué hay, Mateo?

MATEO: Par Dios, nada.

PEDRO: ¿No parece?

MATEO: No, señor.

PEDRO: ¿Qué dices de esto, traidor?

MATEO Cuando llegué a la posada,

ya él estaba en cas de Judas.

Ni aun memoria de él no hallo.

Al instante que a caballo

te pusiste, apenas mudas

el paso, cuando picó,

y, sin saberse por donde.

0 es demonio que se esconde,

o la tierra le sorbió.

PEDRO: A Valencia dijo que iba.

Pues debióte de mentir;

que un pastor le vió salir,

y, en vez de echar hacia arriba,

tomando a la mano izquierda,

dijo que fué hacia Alcalá.

Seguíle; mas nadie da

señas de él.

PEDRO: ¡Que por ti pierda

mi hacienda, infame, y mi ser!

MATEO: Como ninguno me daba

serías de cuantos topaba,

tuve por mejor volver

acá, que, siendo virote

perderme también.

PEDRO: ¡Yo he sido

....................[ -ido]

harto dichoso!

MATEO: Engañóte.

VIOLANTE: (Su pérdida cada cual

Aparte

siente, vengativo amor;

yo lloro la de mi honor,

y éste la de su caudal.)

MATEO: Mira qué habremos de hacer

de este cojín y maleta.

PEDRO: ¡Abrasarlos!

MATEO: No es discreta

sentencia, a mi parecer,

la que das.

PEDRO: ¿Qué he de hacer, pues?

MATEO: Mejor será que la abremos,

y, por lo que trae, sepamos

dónde camina o quién es

este demonio escondido;

que quizá en ella vendrán

prendas que pregón serán

echado tras el perdido.

El candado tengo roto.

Ábrele

¿Sacaré?

PEDRO: Haz lo que quisieres.

MATEO: Papeles hay. Si lo vieres,

por ellos, como piloto,

haremos nuestro camino.

Va sacando

Un retrato, ¡vive el cielo!,

he topado.

PEDRO: Buen consuelo!

MATEO: Y a fe que el rostro es divino

de la dama!

PEDRO: Arrojalé

con la maldición.

VIOLANTE: ¿Al suelo

echa la imagen?

Alza doña VIOLANTE el retrato, y

conócele. Hablan AGUADA y doña VIOLANTE

aparte

¡Ay cielo!

¿Qué he visto?

AGUADO: Paso.

VIOLANTE: ¡Ay, Aguado! mi retrato.

AGUADO: ¡Válgame Dios! Ya concluyo

que es don Pedro el dueño suyo;

pero impórtate el recato.

Disimula, que ya creo

que en Madrid tu esposo está.

Doña VIOLANTE habla disimulando

VIOLANTE: La Magdalena será;

que así en la igreja la veo

con su copete y gorguera;

el bote sólo le marra

AGUADO: ¿Pues bésasla?

VIOLANTE: Está bizarra.

Pondréla a mi cabecera.

MATEO: Un legajo de papeles

es éste.

PEDRO: Desatalós.

AGUDO Versos son éstos, por Dios.

PEDRO: ¿Hay sucesos más crüeles?

¡Para quien mi rabia ve,

es bien que versos me cante!

Lee

AGUDO: "Soneto a Doña Violante,

la noche que la gocé."

AGUADO: No se descuidó el poeta.

VIOLANTE: Si la pobre está gozada,

no es Violante, mas violada.

Echadme acá esa soneta,

pondréla por rocadero,

y enseñarémosla a hilar;

mas no, que, siendo cantar,

mejor es para el pandero.

Leyendo otro papel

AGUDO: "Memoria de cien ducados

que he de pagar en Madrid

a Andrés de Valladolid,

por otros tantos prestados

aquí en Amberes."

MATEO: ¡Por Dios

que son buenas hipotecas

de las maletas que truecas!

PEDRO: Como haya otras tres, o dos

de estas ditas ¡bien desquito

veinte mil y más ducados!

MATEO: Éstos son pliegos cerrados.

PEDRO: Mira pues el sobrescrito.

AGUDO: Éste dice, "Al presidente

de Italia;" y éste, "Al Marqués

de San German;" éste es

"A Mosén Romen, regente

del consejo de Aragón."

PEDRO: A Madrid va, según esto,

el que en tal trance me ha puesto.

MATEO ¿Quién duda?

PEDRO: ¿Por qué ocasión

me dijo que iba a Valencia?

AGUDO: Quizá por entrar secreto;

que hay mil lances, en efeto,

en que importa la prudencia.

PEDRO: Él, según lo que parece,

viene a España desde Flandes,

y trae pretensiones grandes;

o, como a otros acaece,

algo allá le ha sucedido;

tuvo al peligro temor,

buscó cartas de favor,

y a la corte viene hüido.

AGUDO: La Violante del soneto

debe de ser la ocasión

de que huya.

PEDRO: Tenéis razón;

por eso vendrá secreto.

No he perdido la esperanza,

supuesto que a Madrid va,

de encontrar con él allá.

VIOLANTE: (Ni mi amor de su venganza.)

Aparte

PEDRO: Abre alguna de esas cartas,

supuesto que traen cubierta,

tendremos noticia cierta

de su nombre, pues hay hartas.

AGUDO: Dios te la depare buena.

Abre un pliego, y léele.

Ésta del Regente abrí.

PEDRO: ¿Cómo dice?

AGUDO: Dice así...

MATEO: ¡Válgate el diablo por cena!

Lee

AGUDO: "El capitán Don Gabriel de

Herrera,

en diez años que ha que sirve a su

Majestad en Flandes, ha sido

mi camarada y amigo; sus hazañas

y servicios son muchos, como mostrarán

los papeles que lleva. Sucedióle,

sobre palabras que en el cuerpo de

guardia tuvo con un capitán tudesco,

darle de estocadas; por ser el

delito en tal lugar y con tal persona,

le es forzoso huir al amparo de V.S.,

en quien, así para aumento de sus

pretensiones, como el perdón de

Majestad, tengo esperanzas hallará

por mi respeto todo amparo. --Guarde

Dios a V.S. con la prosperidad que

los interesados hemos menester.

--Amberes marzo 25, 1620.

Su sobrino de V.S., el maese de campo,

Don Martín Romen."

¡Miren si lo dije yo!

PEDRO: Él mostraba en su persona

el valor con que le abona

la carta, aunque me mintió

en el viaje que hacía.

AGUDO: Su peligro considera.

PEDRO: En fin, don Gabriel de Herrera

se llama.

VIOLANTE: (Desdicha mía,

Aparte

¿qué escucháis? El que destroza

ingrato mi honor y fama,

aquí don Gabriel se llama,

y don Pedro de Mendoza

allá. Si los nombres truecas,

traidor, vengará constante

quejas de doña Violante

la villana de Vallecas.)

PEDRO: ¿Qué tiene más la maleta?

MATEO: Ropa blanca es la que hay,

toda de holanda y cambray,

con puntas y cadeneta;

ligas y media de seda

hay de colores diversos,

guantes, y prosas y versos;

de papeles, sólo queda

un librillo de memoria

aquí dentro.

PEDRO: Sacalé;

que mejor por él sabré

sucesos de aquesta historia;

y, sin detenernos más,

a caballo nos pongamos;

que, si en Madrid le buscamos,

no se esconderá.

AGUDO: Podrás,

para encontralle más presto,

ir a casa del Regente,

del Marqués y el Presidente.

PEDRO: Pon bien eso.

MATEO: Ya lo he puesto.

PEDRO: Ya voy consolado en algo.

AGUADO: También lo vamos los dos.

PEDRO: Labradora hermosa, adiós.

Daca el macho. --Adiós, hidalgo.

Vanse los tres

VIOLANTE: ¿Qué juzgas de aquesto,

Aguado?

¿Qué te parece?

AGUADO: No sé,

señora, si afirmaré

que es de veras o soñado;

sólo digo que has tenido

en algún modo ventura,

pues lo visto te asegura

quién es el que te ha ofendido,

y que está en la corte.

VIOLANTE: ¡Ay cielos!

¿Don Gabriel de Herrera es

el que ha postrado a sus pies

mi honor? ¿El que a mis desvelos

da tanta causa? ¿El que en Flandes,

dando muerte a un capitán,

mató mi honor?

AGUADO: Cerca están

de Madrid las torres grandes

y casas, pues que no dista

más de una legua de aquí.

Yendo disfrazada así,

gozarás presto su vista,

mientras que Madrid te goza

en traje de panadera.

VIOLANTE: ¿Que en fin don Gabriel de

Herrera

es don Pedro de Mendoza?

AGUADO: Mudan desgracias los nom-

bres;

cuando sus peligros dudan.

VIOLANTE: Mejor dirás que se mudan

las palabras de los hombres.

AGUADO: Acá sale nuestro viejo,

o, por mejor decir, tu amo.

¿En fin, tu esposo me llamo?

VIOLANTE: Sí.

AGUADO: ¿Y el nombre?

VIOLANTE: Don Alejo.

Sale BLAS Serrano, labrador viejo

BLAS: Pues, Teresa, ¿no es ya hora

de her algo en casa? ¿Hasta cuándo

los dos heis de estar parlando?

La malicia labradora,

si muchas veces os ve

que con él os arrulláis,

levantarnos que rabiáis.

AGUADO: Presto, Blas, me partiré.

Si es que bien habéis querido,

no espanten dilaciones.

BLAS: Ya yo sé lo que en razones

gasta el Amor que es cumplido.

También me dió su picón

Amor en la edad pasada,

y, muerto por su ensalada,

me cupo mi sopetón.

No me espanta nada de eso,

que por todo el hombre pasa;

pero tengo un hijo en casa

que a Madrid hué a vender yeso,

y, desde que vió a Teresa,

con ser desde anoche acá,

emberrinchándose va,

y que os halle aquí me pesa;

que anda el diabro revestido

en él.

AGUADO: ¿Luego no está aquí

segura mi esposa?

BLAS: Sí.

VIOLANTE: Yo me guardaré, marido.

BLAS: Pues ella, señor, se guarda,

nadie la podrá ofender;

que no es buena la mujer

que sufre por fuerza albarda.

Ríome yo de que digan

que ha habido mujer forzada

desde Elena, la robada.

AGUADO: A mil las leyes castigan

cada día.

BLAS: Es papasal.

Créalo quien lo creyere.

Par Dios, que, si uno no quiere,

que dos que barajan mal.

La reina doña Isabel

dejó este ejempro probado

con la del puño cerrado,

y yo, señor, me atengo a él.

AGUADO: (No ha estado el discurso ma-

lo.) Aparte

BLAS: Digo, pues, que importa poco

que Antón por vos esté loco;

pues, con darle con un palo,

si vos no queréis, Teresa,

poco daño os hará en casa;

que el panadero no amasa,

cuando no quiere el artesa.

AGUADO: Ahora bien, Blas, yo me parto;

mi Teresa os encomiendo.

Dinero os iré trayendo

cada día.

BLAS: Acá deja harto;

pero no se le dé nada;

que sarnosos y avarientos

nunca diz que están contentos.

AGUADO: Adiós pues, esposa amada;

Blas Serrano, adiós.

BLAS: Adiós.

Vase AGUADO

BLAS: ¿Qué habemos de hacer agora?

VIOLANTE: Si hay pan cocido, a buen hora

iré a Madrid.

BLAS: ¿Sabéis vos

venderlo?

VIOLANTE: ¿Pues soy yo zurda?

BLAS: Los cortesanos, si os ven,

temo que fayanca os den.

VIOLANTE: No haya miedo que me aturda.

Con un palo y con un arre,

y un jo que te estriego, suelo

dar con un hombre en el suelo.

BLAS: ¡El dimuño que os agarre!

El pan de Vallecas es

por branco y bien sazonado,

en Madrid más estimado.

VIOLANTE: Si es que vais al interés,

decidme cómo es la tasa,

y dejadme el cargo a mí.

BLAS: A veintidós vale.

VIOLANTE: ¡Ah, sí!

Y si de eso el precio pasa,

y os traigo a real, ¿qué diréis?

BLAS: Que Teresa es mi ventura;

pero si pan y hermosura,

Teresa, en Madrid vendéis,

como no es el pan a secas,

no hay precio, ni aun para porte.

VIOLANTE: Yo haré que admire a la corte

la villana de Vallecas.

FIN DEL PRIMER ACTO

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