80. El signo

Por la mañana, sin embargo, después de esta noche, Zaratustra se levantó de un salto de su sillón y, tras ceñirse los lomos, salió de su cueva resplandeciente y fuerte, como un sol matutino que sale de las montañas sombrías.

"Tú, gran estrella", habló él, como lo había hecho una vez, "tú, ojo profundo de la felicidad, ¡qué sería toda tu felicidad si no tuvieras a aquellos para quienes brillas!

Y si permanecieran en sus aposentos mientras tú ya estás despierto, y vinieran a dar y repartir, ¡cómo reprendería tu orgullosa modestia por ello!

Pues bien, todavía duermen, estos hombres superiores, mientras yo estoy despierto: ¡no son mis propios compañeros! No los espero aquí en mis montañas.

En mi trabajo quiero estar, en mi día: pero entiendenno lo que son los signos de mi mañana, mi paso- no es para ellos el despertar-llamada

Todavía duermen en mi cueva; su sueño todavía bebe en mis canciones borrachas. El oído auditivo para mí, el oído obediente, aún falta en sus miembros".

-Esto había dicho Zaratustra a su corazón cuando salió el sol: entonces miró inquisitivamente hacia lo alto, pues oyó por encima de él la aguda llamada de su águila. "¡Bueno!", llamó hacia arriba, "así me es grato y apropiado. Mis animales están despiertos, porque yo estoy despierto.

Mi águila está despierta, y como yo honra al sol. Con sus garras de águila se aferra a la nueva luz. Vosotros sois mis propios animales; os quiero.

¡Pero aún me faltan mis propios hombres!"

 

Así habló Zaratustra; pero entonces sucedió que, de repente, se dio cuenta de que le rodeaban y revoloteaban, como si se tratara de innumerables pájaros, pero el zumbido de tantas alas y la aglomeración en torno a su cabeza era tan grande que cerró los ojos. Y, en verdad, descendió sobre él como una nube, como una nube de flechas que se vierte sobre un nuevo enemigo. Pero he aquí que era una nube de amor, y se derramaba sobre un nuevo amigo.

"¿Qué me pasa?", pensó Zaratustra en su corazón asombrado, y se sentó lentamente en la gran piedra que estaba cerca de la salida de su cueva. Pero mientras se agarraba con las manos a su alrededor, por encima y por debajo de él, y repelía a los tiernos pájaros, he aquí que le ocurrió algo aún más extraño: pues se agarró sin darse cuenta a una masa de pelo espeso, cálido y desgreñado; al mismo tiempo, sin embargo, sonó ante él un rugido, un largo y suave rugido de león.

"Llega la señal", dijo Zaratustra, y un cambio llegósobre su corazón. Y en verdad, cuando se volvió claro ante él, había un animal amarillo y poderoso a sus pies, apoyando la cabeza en su rodilla, sin querer dejarlo por amor, y haciendo como un perro que vuelve a encontrar a su antiguo amo. Las palomas, sin embargo, no estaban menos ansiosas con su amor que el león; y cada vez que una paloma pasaba por encima de su nariz, el león movía la cabeza y se maravillaba y reía.

Cuando todo esto sucedió, Zaratustra sólo dijo una palabra: "Mis hijos están cerca, mis hijos", y luego se quedó mudo. Su corazón, sin embargo, se desató, y de sus ojos brotaron lágrimas que cayeron sobre sus manos. Y no hizo más caso de nada, sino que se quedó inmóvil, sin rechazar más a los animales. Entonces las palomas volaron de un lado a otro, y se posaron en su hombro, y acariciaron su blanca cabellera, y no se cansaron de su ternura y alegría. El fuerte león, sin embargo, lamía siempre las lágrimas que caían sobre las manos de Zaratustra, y rugía y gruñía tímidamente. Así hacían estos animales.-

Todo esto duró mucho tiempo, o poco: pues propiamente hablando, no hay tiempo en la tierra para tales cosas-. Mientras tanto, sin embargo, los hombres superiores se habían despertado en la cueva de Zaratustra, y se organizaron para ir en procesión al encuentro de Zaratustra y darle su saludo matutino, pues al despertarse habían comprobado que ya no se quedaba con ellos. Sin embargo, cuando llegaron a la puerta de la cueva y el ruido de sus pasos les precedió, el león se sobresaltó violentamente; se apartó de golpe de Zaratustra, y rugiendo salvajemente, se lanzó hacia la cueva. Sin embargo, los hombres más altos, al oír el rugido del león, gritaron todos a una voz, huyeron hacia atrás y desaparecieron en un instante.

Sin embargo, el propio Zaratustra, aturdido y extrañado, se levantó de su asiento, miró a su alrededor, se quedó atónito,preguntó a su corazón, recapacitó y se quedó solo. "¿Qué he oído?", dijo al fin, lentamente, "¿qué me ha pasado hace un momento?".

Pero pronto le vinieron los recuerdos, y de un solo vistazo comprendió todo lo que había sucedido entre ayer y hoy. "Aquí está la piedra", dijo, y se acarició la barba, "sobre ella me senté ayer por la mañana; y aquí vino a mí el adivino, y aquí escuché por primera vez el grito que acabo de oír, el gran grito de angustia.

Oh, ustedes, hombres superiores, su angustia fue lo que el viejo adivino me predijo ayer por la mañana, -

-Para tu angustia quiso seducirme y tentarme: 'Oh Zaratustra', me dijo, 'vengo a seducirte hasta tu último pecado'.

¿A mi último pecado?", gritó Zaratustra, y se rió airadamente de sus propias palabras: "¿qué se me ha reservado como último pecado?"

-Y una vez más Zaratustra se ensimismó, se sentó de nuevo en la gran piedra y meditó. De repente se levantó de un salto,-

"¡Compañero de fatigas! Sufrimiento con los hombres superiores!" gritó, y su semblante se transformó en bronce. "¡Bueno! Ya ha llegado el momento.

Mi sufrimiento y el de mis compañeros, ¡qué importa! ¿Acaso busco la felicidad? Me esfuerzo por mi trabajo.

¡Bueno! El león ha llegado, mis hijos están cerca, Zaratustra ha madurado, mi hora ha llegado:-

Esta es mi mañana, mi día comienza: ¡levántate ahora, levántate, gran mediodía!

 

Así habló Zaratustra y salió de su cueva, resplandeciente y fuerte, como un sol matutino que sale de las montañas sombrías.

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