Yo conozco en cierta medida mis privilegios como escritor; en determinados casos puedo documentar incluso hasta qué punto la familiaridad con mis escritos «corrompe» el gusto.
Sencillamente, no se soportan ya otros libros; y los que menos, los filosóficos. Es una distinción sin igual penetrar en este mundo aristocrático y delicado, para hacerlo no es lícito en absoluto ser alemán; es, en definitiva, una distinción que hay que haber merecido.
Pero quien es afín a mí por la altura del querer experimenta aquí verdaderos éxtasis del aprender, pues yo vengo de alturas que ninguna ave ha sobrevolado jamás, yo conozco abismos en los que todavía no se ha extraviado pie ninguno. Se me ha dicho que no es posible dejar de la mano un libro mío, que yo perturbo aun el reposo nocturno. No existe en absoluto una especie más orgullosa y, a la vez, más refinada de libros: acá y allá alcan-zan lo más alto que es posible alcanzar en la Tierra, el cinismo; hay que conquistarlos con los dedos más delicados y asimismo con los puños más valientes. Toda decrepitud del alma, incluso toda dispepsia excluye de ellos, de una vez por todas: hace falta no tener nervios, hace falta tener un bajo vientre jovial. No sólo la pobreza, el aire rancio de un alma excluye de ellos, y mucho más la cobardía, la suciedad, la secreta ansia de venganza asentadas en los intestinos: una palabra mía saca a la luz todos los malos instintos. Entre mis conocidos tengo varias cobayas en los cuales observo la diversa, la muy instructivamente diversa reacción a mis escritos. Quien no quiere tener nada que ver con su contenido, por ejemplo mis así llamados amigos, se vuelve «impersonal» al leerlos: me felicita por haber llegado de nuevo «tan lejos», también habría, dice, un progreso en una mayor jovialidad en el tono. Los «espíritus» completamente viciosos, las «almas bellas», los mendaces de pies a cabeza, no saben en absoluto qué hacer con estos libros, en consecuencia, los ven por debajo de sí, hermosa conclusión lógica de todas las «almas bellas» El animal con cuernos entre mis conocidos, todos ellos alemanes, con perdón, me da a entender que no siempre es de mi opinión, pero que, sin embargo, acá y allá, por ejemplo. Esto lo he oído decir incluso del Zaratustra. De igual manera, todo «feminismo» en el ser humano, también en el varón, es una barrera para llegar a mí: jamás se entrará en este laberinto de conocimientos temerarios. Hace falta no haber sido nunca complaciente consigo mismo, hace falta contar la dureza entre los hábitos propios para encontrarse jovial y de buen humor entre verdades todas ellas duras. Cuando me represento la imagen de un lector perfecto, siempre resulta un monstruo de coraje y de curiosidad y, además, una cosa dúctil, astuta, cauta, un aventurero y un descubridor nato.
Por fin: mejor que lo he dicho en el Zaratustra no sabría yo decir para quién únicamente hablo en el fondo; La quién únicamente quiere contar él su enigma?
A vosotros, los audaces buscadores e indagadores, y a quienquiera que alguna vez se haya lanzado con astutas velas a mares terribles, - a vosotros los ebrios de enigmas, que gozáis con la luz del crepúsculo, cuyas almas son atraídas con flautas a todos los abismos laberínticos: pues no queréis, con mano cobarde, seguir a tientas un hilo; y allí donde podéis adivinar, odiáis el deducir.