Respuesta á la epístola del Señor Marqués de Premio-Real (9).

EX INGLATERRA.

MUY señor mío: La cortés epístola que V. se ha servido dirigirme en las columnas de La Epoca, correspondiente al domingo 8 del actual, puede dividirse en dos partes. Redúcese la primera á dedicarme elogios inmerecidos y referir cómo llegaron á conocimiento de V. mis obras literarias; la segunda á impugnar algunos hechos y opiniones que se contienen en el artículo XVII de la serie que bajo el epígrafe de La Cuestión palpitante he publicado.

Á la primera parte de su epístola no tengo, pues, nada que contestar, como no sea inclinarme agradeciendo las alabanzas, aceptando la amistad que me brinda, y dispensando de buen grado la ceremonia sajona de la previa presentación, abrogada en la campechanísima república de las letras, donde todos nos introducimos en casa de la persona más respetable para nosotros—el público—sin más padrinos que nuestro propio arresto y desenfado. Respecto á la segunda, empiezo advirtiendo que no es V. el primero en poner objeciones á La Cuestión palpilante, y que yo había resuelto no responder sino á los impugnadores de todo el cuerpo de doctrinas que contiene la serie, si alguno se presentaba; obedeciendo esta determinación al deseo de que la polémica tuviese carácter grave y tal vez redundase en beneficio de las letras españolas. Mas su epístola de V. no sólo censura doctrinas mías, pero niega hechos concretos que cité en su apoyo: ya no puedo hacerme la desentendida.

Empieza V. á objetarme diciendo que le falta espacio para demostrar la gran diferencia que existe entre el realismo de Shakespeare y el de Zola. Si se refiere V. á diferencias de método, de concepto filosófico, y sobre todo históricas, no creo piense V. que las desconozco, cuando precisamente toda mi serie de artículos está basada en la idea de la incesante transformación que sufre la literatura, adaptándose, ó, mejor dicho, concertándose á la edad en que nace y vive; pero si (como se desprende del sentido del párrafo) lo que quiere V. dar á entender es que Shakespeare fué más pulcro y comedido que Zola, y presentó la realidad envuelta en más tupidos cendales, entonces sostengo mi afirmación de que el gran autor de Midsummer night's dream llegó hasta donde Zola, con todo su naturalismo, no osará seguirle. ¡Shakespeare! Un año entero le traduje en alta voz, en unas reuniones íntimas, casi de familia, conque engañábamos las noches en esta su casa; y aunque á ellas no asistían doncellitas inocentes, en mi vida me he visto en tales aprietos, variando acá y saltando acullá pasajes que no eran para leídos. V. me encarga que repase el texto shakesperiano. Bien, pues haga usted el favor de acompañarme, y lo repasaremos á medias: yo indicaré el pasaje, V. lo recorrerá y me dirá luego qué le parece de él.

Descartemos el Titus Andronicus, que sea original ó sólo refundido por Shakespeare, siempre es un espeluznante dramón, y hablemos sólo de las obras maestras. ¿Recuerda V. en Hamlet los groseros equívocos con que éste abochorna á Ofelia (acto 3.° escena II); That's a fair thought…. It would cost you.... y los consejos que da á la reina (acto 3.°, escena IV) Let the bloat King.... diálogo entre un hijo y una madre que ningún autor dramático se atrevería hoy á escribir? ¿Se ha fijado V. en varios pasajes de Otelo, desde lo que Yago dice á Brabancio (acto I.°, escena I) Even now, even now an old black ram.... y lo que diserta con Rodrigo (acto I. °, escena III) If the balance of our lives.... hasta la escena III del acto 3.°, donde el mismo Yago enciende la sangre del moro: O, beware, my lord.... y todos los cuadros que después le pinta? ¿Qué me cuenta V. de Romeo and Juliet, con aquella conjuración de Mercucio (acto 2.º, escena I) by her fine foot, straight leg.... y aquellas chanzonetas subidas de color que se permite la nurse, cuando en el mismo acto 2.°, escena V, exclama dirigiéndose á Julieta, Then hie you hence? ¿Y All's well that ends well? ¿Cómo se las compondría V. para referir á una dama el argumento (del cual han hecho recientemente una opereta que escandalizó á los nacidos y dió pie á la gente gárrula para declamar contra el impudor del moderno teatro?) ¿Cree V. que, así y todo, el libretista contemporáneo habrá osado reproducir textualmente pláticas como la del acto I.°, escena I, entre Parolles y Helena ó el convenio entre Beltrán y Diana, «When midnight comes...

Por mucho que Zola extreme la grosería exterior, ¿llegará á cosas tan indecorosas como es la escena IV del acto 3.º de King Henry V, la lección de inglés que da á la princesa Catalina de Francia su camarista Alicia? Por mucho que acentúe la nota horrible, ¿alcanzará al episodio del ojo arrancado y pisoteado, en King Lear? ¿Hay estudio más cruel de la flaqueza humana que la escena en que Ricardo III, asesino de los hijos de Eduardo, pide á la madre de las inocentes víctimas la mano de su hija, y deposita en su frente un beso filial? ¿Qué le quedó á Shakespeare por analizar, ni qué respetó su musa, después de presentarnos á los príncipes de Gales corriéndola (no encuentro palabra más expresiva) con los Falstaff y los Poins y tomando la corona de la frente del agonizante padre, y á los magnates y obispos tratándose como se tratan Gloster y Winchester en la escena IV del acto 5.º de King Henry VI, y al severo Angelo de Measure for measure murmurando al oído de Isabel fit thy consent to....?» En fin, señor Marqués, el lector se impacientará de tanta cita inglesa; mas si á V. le parecen pocas, dispuesta estoy á multiplicarlas, porque aún perdoné la mención de Troilus and Cressida, que, como V. sabrá, es la madre de las actuales desvergonzadas óperas bufas, y de Merry wives of Windsor, donde hay sal y pimienta y hasta guindillas valencianas, y de otras mil cosas de Shakespeare ante las cuales—insisto en ello—se queda Zola tamañito.

Y ahora dígame V. por su vida: ¿dejará Shakespeare de ser un genio portentoso y único en Inglaterra porque yo haya tenido que comerme pasajes del texto shakesperiano cuando lo leía de recio? ¿Serán superiores á él, podrán siquiera mirarle sin cegar con su luz esos novelists de ambos sexos que amenizan las veladas del ¡tome británico? Reconozcamos de una vez que la belleza de la obra de arte no consiste en que se pueda leer en familia: es más; creo que apenas existirá familia en el mundo cuyos individuos tengan todos la inteligencia al diapasón de las obras maestras de alta literatura; y añado que ni los mismos escritores místicos, ni la sublime Imitación, ni la Biblia, ni el Evangelio, son para todas las cabezas. Los protestantes, metiendo este divino libro en manos indoctas, hicieron hartos fanáticos y muchos locos de atar.

Le llama á V. la atención mi aserto de que donde quiera que prevaleció el espíritu de la Reforma, fué elemento de inferioridad literaria. No sé si se fijó V. en el valor de la palabra espíritu. Por prevalecer el espíritu entiendo yo, y creo que entiende todo el mundo, no la victoria material, sino el predominio moral y completo en las costumbres sociales y en los ideales artísticos. Así Alemania no es argumento en contra de mi tesis, porque allí el protestantismo no logró nunca hacer la sociedad y las letras á su imagen. Inglaterra, Suiza, Norte América, son los países donde el espíritu reformista logró infiltrarse y dominar; Inglaterra, al enterrar con Shakespeare la última savia católica, enterró también, para siempre, el drama; suizos y yankees ya sabemos lo que han dado de sí. Por lo demás, el aserto rio es hallazgo mío; lo deduje de la lectura de Taine, autor poco sospechoso de parcialidad católica.

Acúsame V. de demasiado severa con mis compañeras las novelistas británicas. Lo sentiria si fuese verdad, porque me parecen del peor gusto las envidillas entre señoras; pero me tranquiliza el haber dicho que desde la muerte de Dickens, Bulwer y Thackeray, el cetro de la novela inglesa pertenece á la ilustre Jorge Elliot. También asegura V. que mis observaciones sobre la influencia de las autoras hijas de clérigos pierden su valor, porque éstas sólo componen una mínima parte de las damas que escriben. Pues Ajémonos sólo en las novelistas más conocidas, y resulta que deben el ser á ministros, rectores y vicarios, Jane Austen, Jorge Elliot, Francés Trollope (tronco de la numerosa y célebre familia novelista Trollope), las tres nombradísimas Currer, Filis y Ación Bell, Elisa Linn Linton, Elisabeth Gaskell (hija de un reverendo y mujer de otro, por más señas). Si esto sucede con las principales, lo mismo pasará con las secundarias; por lo demás, claro está que no pretendo que todas las novelists sean hijas de clergymen; ya sé que las hay hasta ladies, en el sentido restrictivo de la palabra, y que la primer authoress de Inglaterra—por orden de jerarquía social—es la Reina Victoria. Mas no por eso es menos cierto lo que digo del carácter predicador que aquellas diaconisas imprimen á las letras, y de lo que se esmeran, como miss Yonge y miss Sewell, en usar su pluma in aid of religión.

No cité á Ouida y J. Elliot como únicos que se destacan sobre un Océano de cabezas vulgares, pero confieso ingenuamente no conocer á las autoras ó autores de esas novelas de relevante mérito, publicadas en los seis últimos meses y que V. nombra (á excepción de Miss Oliphant, de la cual tengo noticia). á los restantes misters, mistress y ladies, Greville, Diehl, Ridell, Adams, Cashel Hoey, Gerard, Say, los he buscado en balde, no sólo en el Diccionario biográfico de escritores contemporáneos de Gubernati sobra bastante incompleta, es cierto), sino en la detallada reseña que de la literatura inglesa contemporánea hace el volumen 2.000 de la colección Tauchnitz, sin poder dar con ellos ni tropezados en Revista alguna de las que leo para seguir el movimiento literario. Estarán, pues, esos y esas novelistas en la aurora de su celebridad, y yo no puedo (según indico en mi artículo sobre la novela inglesa) leer cuanta novela se imprime en Inglaterra, ni siquiera la mitad ó la cuarta parte; cuando la fama, salvando el Estrecho, trompetea una y otra vez un nombre de autor y lo levanta á la altura, no ya del de Dickens ó Elliot, pero al menos del de Ouida ó miss Braddon, es cuando los extranjeros podemos atrevernos á pedir sus obras, sin temor de que nos pase como á cierto amigo mío, que se perecía por los estrenos y compraba muy cara la butaca, y luego salía renegando de haber gastado tanto dinero en aburrirse y oir simplezas.

He respondido á lo concreto; tocante A aquello que empieza V. á devanar, en mis artículos constan mis opiniones, y si tiene V. paciencia asaz para buscarlas, allí las encontrará.

Una pregunta antes de concluir. ¿Por qué hace V. que Echegaray pague, como suele decirse, los platos rotos en esta escaramuza? Yo le aseguro á V. que Echegaray está inocente de los motines realistas que empiezan á estallar; yo le respondo á V. de que el ilustre autor de El Gran Galeoto no viste nunca el prosaico gabán de Zola, y prefiere la ropilla de Lope de Vega; no me meto en si le viene estrecha ú holgada; digo que viste ropilla y usa espada de cazoleta y chambergo con plumas, y bizarro cintillo de pedrería. Y en cuanto á si diluye ó no los argumentos para que completen los tres actos, siempre sería grave defecto, hiciéralo él ó hiciéralo el mismo Lope; mas yo creo que no es argumento ni recursos dramáticos lo que falta á Echegaray.

Quiero terminar dando á V. gracias por haber confirmado de todo en todo mi aserto de que es opinión aristocrática la de la supremacía de la novela inglesa. Ya ve V. si tenía yo razón: el primer paladín que sale á romper lanzas por esa miss pulcra y formal y derecha como un huso, es un título de Castilla.

Celebra está coyuntura de haber conocido á V., y se ofrece de V. con especial consideración afectísima y segura servidora.

Q. B. S. M.,

EMILIA PARDO BAZÁN.

LA CORUÑA 12 de Abril de 1883.

(1) D. Juan Valera, ausente entonces de España, tuvo conocimiento de mi libro por la traducción francesa.

(2) También merece ser citada, entre las impugnaciones del nuevo estilo de comprender el arte, la de D. Antonio Cánovas del Castillo, en El solitario y su tiempo.

(3) En este mismo prólogo vera el lector que la parte de mi obra donde mostré que no aceptaba la teoría francesa sino sub conditione, forma nada menos que tres capítulos, que el traductor suprimió, encontrándolos excesivamente teológicos. Por lo demás, esta apreciación de mi traductor respecto al origen francés, puede aplicarse á todos los grandes movimientos estéticos de la edad moderna en España, al clasicismo del siglo pasado y al romanticismo de éste. Así lo reconoce Valera en sus Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas.

(4) Omito el extracto, ya que en la edición española figuran íntegros los tres capítulos suprimidos por el Sr. Savine.

(5) Dejo al Sr. Savine toda la responsabilidad de esta apreciación, con la cual no estoy de acuerdo.

(6) También corresponde exclusivamente á mi ilustrado traductor la responsabilidad de estas afirmaciones. El Sr. Savine, hispanófilo muy distinguido, y hoy editor muy ruidoso, se encontraba en directa comunicación con los escritores españoles; carteábase con los más renombrados y con muchos no tan conocidos, pero no menos estimables; recibía á cada correo periódicos, revistas y libros de España, y emitía su dictamen con independencia y criterio propio, por lo cual hemos discutido y disentido mil veces respecto al valor de obras, autores, etcétera. Cumple que yo declare esto, para eximirme de todo cargo y reservarme mi opinión, que pudiera diferir bastante de la del Sr. Savine, señaladamente en cuanto á los datos concretos que se encierran en los últimos párrafos del prólogo.

(7) Esta carta figura en el libro de Alberto Savine, titulado Mes procés.

(8) Entrevista de Zola con el Sr. D. Rodrigo Soriano, redactor de La Epoca.

(9) Insértase esta respuesta por aclararse en ella algunos puntos tocados muy de paso en el discutido artículo XVII.

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