Prólogo

I esta colección llevase al frente un título significativo, podría ser el de Apuntes y miniaturas, porque se compone de dos clases de páginas: unas trazadas libremente, como los apuntes en que los dibujantes fijan impresiones ó tipos del natural, otras empastadas con esmero, prolijamente trabajadas, como las miniaturas del tiempo de nuestras bisabuelas.

Resulta de la diversidad en los procedimientos la de los estilos. Apenas parecen hijas de una misma pluma Bucólica y La Gallega, El Rizo del Nazareno y Fuego á bordo. Y consiste en que Fuego á bordo, por ejemplo, es la propia narración que oí de labios del cocinero del incendiado buque; quién, por más señas, me refirió la catástrofe de tan expresiva manera, con tal viveza de colorido y tan gráficos pormenores, que ojalá tuviese yo allí á mano un taquígrafo para que sin omitir punto ni coma, conservase en toda su pureza el original del interesante relato, muy perjudicado, de seguro, en mi traslación, por más nimia y fiel que sea. Juzgo imperdonable artificio en los escritores, alterar ó corregir las formas de la oración popular, entre las cuales y la idea que las dicta ha de existir sin remedio el nexo ó vínculo misterioso que enlaza á todo pensamiento con su expresión hablada. Aun á costa de exponerme á que censores muy formales me imputen el estilo de mis héroes, insisto en no pulirlo ni arreglarlo, y en dejar á señoritos y curas de aldea, á mujeres del pueblo y amas de cría, que se produzcan como saben y pueden, cometiendo las faltas de lenguaje, barbarismos y provincialismos que gusten. Menos comprometido, pero menos honroso también, sería dictar á los párrocos de Boan y Naya, á las comadres del Indulto, períodos cervantescos y giros usuales en el centro de España, y jamás usados en este rincón del Noroeste.

Mucho se ha debatido esta cuestión del estilo y forma, y tiene su más y su menos, y á mí me da en que pensar á veces. Suele acontecer que un estilo, por decirlo así, nielado y repujado; un estilo correcto, terso é intachable, lejos de ayudar á que el lector comprenda y vea patente lo que intenta mostrarle el autor, se interpone entre la realidad y la mirada como un paño de púrpura ó un velo de gasa de oro (paños y velos al fin), y fatiga al espíritu ansioso de percibir lo que el rico tejido encubre. No es imposible que debajo de esas sedas y joyas retóricas que neciamente estimamos, perezca ahogada una hermosura superior, invisible por culpa de tanto adorno. Y no obstante, si van los autores al opuesto extremo de desdeñar el primor artístico en el desempeño de sus obras, cayendo en cierta flojedad y perezoso desaliño, el lector de gusto delicado no goza ni distingue el libro del periódico, en cuanto á sabor literario.

Por donde yo me hago mi composición de lugar, y es como sigue: cuando habla el autor por cuenta propia, bien está que se muestre elegante, elocuente y, si cabe, perfecto: á cuyo fin debe enjuagarse á menudo la boca con el añejo y fragante vino de los clásicos, que remoza y fortifica el estilo; pero cuando haga hablar á sus personajes, ó analice su función cerebral y traduzca sus pensamientos, respete la forma en que se producen, y no enmiende la plana á la vida. Este método mixto siguió Cervantes; en El Quijote alternan trozos de prosa acicalada, culta entonces y ahora, con rústicas y soeces razones de fregonas, arrieros y villanos.

Bajando de las alturas cervantinas á las pequeñeces de mi libro, digo que en apariencia le falta unidad, siendo heterogéneas y diversísimas en tamaño y asunto las partes que lo componen. Con todo, guardan entre sí estrecha conexión: su conjunto, mejor que ninguna de mis obras, revela mis variados gustos y aficiones, ó copia lugares donde he vivido y escenas que he presenciado. Chico mérito es; sin embargo hay quien lo aprecia, gustando de encontrar en los libros algo de la personalidad del autor.

Bucólica y también Nieto del Cid son apuntes de paisajes, tipos y costumbres de una comarca donde pasé floridos días de juventud y asistí á regocijadas partidas de caza, á vendimias, romerías y ferias; tierra original del interior de Galicia, que he recorrido á caballo y á pié, recibiendo el ardor del sol y la humedad de su lluvia, y ha dejado en mi mente tantos recuerdos pintorescos, que no cabían en el breve recinto de Bucólica y fué preciso dedicarles otro lienzo más ancho, al cual doy ahora las últimas pinceladas. Han transcurrido dos lustros, y parece que era ayer cuando mi tordo, jadeante, con una gota de sudor en cada pelo, se detenía bajo la parra de algún Pazo de Limioso, después de vencer, á desatinado galope, las cuestas del camino real. Aún pienso estar bajando, con el credo en la boca como suele decirse, por el abrupto sendero, orillado de precipicios, que conduce al románico y derruído Priorato, y sentir temblar, bajo el casco de la montura, las podridas tablas del puente de madera, casi anegado por el ímpetu de la corriente. Todavía engaña mi memoria á los sentidos, y trae al olfato el virgiliano perfume de las colmenas suspendidas sobre el río Avieiro, ó el olor de la madura pavía y racimo almibarado, y al paladar el dejo de la miel y de las azucarosas castañas, y al oído el són de la gaita triste, de la dulce flauta y el hinchado bombo, y á los ojos el verdinegro matiz de los pinares contrastando con la fresca verdura ó el rojo tostado de las parras... Reminiscencias más vivas para mí que las de países muy celebrados, verbigracia Suiza y Venecia: y no porque estas lindas comarcas del riñón de Galicia superen en hermosura, como erróneamente suele decirse, á Helvecia y á Italia, sino porque poseen el hechizo inestimable de la virginidad, y aún no se poblaron de hoteles, ni las ensalzaron Guías, ni las desfloraron pacíficos viajantes en trenes de recreo, ni andan en cosmoramas, ni apenas en Ilustraciones.

El Indulto no es más que un sucedido, como diría Fernán Caballero: sucedido que me contaron en Marineda y yo apunté sin quitar una tilde. Apenas vió la luz en la difunta Revista Ibérica, fueron atribuídas al Indulto intenciones trascendentales, afirmando que tenía mucha miga y planteaba toda especie de problemas sociales, morales y jurídicos, y ponía en tela de juicio no sólo el derecho de indulto, sino la indisolubilidad del matrimonio. Celebro esta ocasión de protestar. Tendrá El Indulto esa miga que dicen; entrañará un problema ó media docena de ellos; pero en Dios y en mi ánima declaro que no lo hice adrede, ni es culpa mía si me refieren un drama popular, y me impresiona, y lo traslado á las cuartillas, sin comentarios. Surgirán acaso del hecho en sí esas cuestiones pavorosas y terribles: los hechos suelen jugar malas partidas á las teorías, y conflictos hay en la pícara realidad que el diablo que los resuelva, cuanto más el artista, obligado únicamente á no eliminar de sus obras ningún elemento importante, como, por ejemplo, lo que llaman trascendencia.

En El Rizo del Nazareno y La Borgoñona me he desviado del camino de la observación, pagando tributo á mis perennes inclinaciones místicas, al deleite difícil de expresar, y entretejido con dulces melancolías, que me causa la contemplación de objetos donde se revela y encarna el sentimiento religioso. Cierta noche del Jueves Santo, estuvo á punto de sucederme lo que al protagonista del Rizo; quedarme cerrada en la iglesia, por embelesarme en mirar la severa y dolorida y sublime imagen del Divino Nazareno, que jamás he visto sin sentir devoción profunda, tal es el poder de sus mansos ojos y lo patético de su actitud. Esta efigie y la de la Virgen de los Dolores, que en el mismo templo se venera, gozan del privilegio de moverme á contrición en grado muy subido, y como son aquí las más amadas del pueblo, la atmósfera de la capillita y del camarín llamado de Dolores parece que está palpablemente saturada de oraciones fervorosas, en los días de Semana Santa. Y ríase quien se ría, que esto es tan real como El Indulto.

Al consultar los libros indispensables para mi San Francisco de Asís, encontré el asunto de La Borgoñona, con otros muchos semejantes, que se destacaban de la monotonía de las crónicas, lo mismo que las letras mayúsculas de color descuellan sobre los negros y uniformes caracteres góticos de un viejo libro de coro. Ya es una doncella prometida á Dios, á la cual obligan á tomar marido y al ser conducida al altar se cubre de lepra; ya la momia de una abadesa muerta en olor de santidad, que se levanta del sepulcro y viene á presidir el rezo de maitines; ya una cortesana que se convierte ante el cadáver de su amante cosido á puñaladas; ya un fraile que trueca las zarzas en rosas con el contacto y la pureza de su cuerpo... Á este tenor pude recoger un rosario de leyendas agiográficas, apiñadas como flores en vara de azucena, y embalsamadas con el vaho de incienso que comunica La Borgoñona á este profano libro: aroma del éxtasis y de la bienaventuranza, despertador de las mismas ideas ultraterrestres que el claustro franciscano de Compostela, donde todo es paz y silencio.

De otras aficiones bien distintas, harto platónicas y malogradas, se muestra el juguete titulado Una pasión. Mi inteligencia curiosa, ávida de abarcarlo todo, limitada en su afán por la imposibilidad práctica de conseguir nada de provecho en ciencias que reclaman la vida entera del que aspira á profundizarlas, ha intentado jugar con el martillo del geólogo, el compás del astrónomo y el soplete del químico, y los ha soltado con desaliento, como suelta el niño un arma grave, convenciéndose de que le faltan fuerzas, no ya para manejarla, sino para empuñarla un minuto. La gran poesía de la ciencia positiva la siento yo allá en serenas regiones intelectuales, á semejanza de los que sin saber latín perciben armonía maravillosa en los versos de Virgilio, y con eso me contento, dejando á la poco numerosa hueste de los Bruck la gloria de romperse los huesos en obsequio de nuestra madre la tierra.

Respecto al Príncipe Amado, diré que es el único cuento para niños que he escrito en mi vida, y á la vez el único escrito que ha hecho vacilar un tanto mis firmes convicciones estéticas. Al trazarlo, pensaba que quizás es vano orgullo este que nos lleva á desdeñar por completo el fin útil y perseguir tan sólo la hermosura, mirando con tedio géneros y ramos de la producción literaria, cuyo cultivo acreditaría nuestra destreza y honraría nuestro corazón. En España no existe una colección de cuentos para la infancia que reuna al carácter nacional la acabada maestría de la forma y la enseñanza alta y pura. Tenemos, eso sí, un rico tesoro de fabulistas, tesoro casi enterrado, pues hoy las fábulas han caído en injusto olvido y descrédito; mas por lo que toca á narraciones, á novelas y leyendas infantiles, vivimos de prestado, dependiendo de Francia y Alemania, que nos envían cosas muy raras y opuestas á la índole de nuestro país, y en vez de nuestras clásicas brujas, hadas, gigantes y encantadores nos hacen trabar conocimiento con ogros, elfos y otros seres de la mitología y demonología septentrional: aparte de que el color terrorífico de algunos cuentos de Grimm y Andersen, por ejemplo, más es para poner espanto en el ánimo de los chiquillos, y apocarlos y llenarles el cerebro de telarañas, de ahorcados y espectros, que para darles un rato de solaz y una disimulada lección. Sería muy de desear la aparición de un tomo de cuentos de niños, hechos con el primor literario y limpieza de estilo que distingue á los grandes fabulistas castellanos, con la sencillez necesaria para que los niños los entendiesen, y en suma con los requisitos indispensables, á fin de que la obra remediase una urgente necesidad y tapase un hueco en nuestra bibliografía. El libro alcanzaría, de seguro, extraordinario éxito y repetidas ediciones.

Voy á poner punto. En estos párrafos de introducción he rehuído hasta nombrar el naturalismo. No quiero prevalerme de las cortas batallas reñidas y de los escasos servicios prestados á la renovación de nuestras letras para aburrir al público exponiendo otra vez principios ya conocidos y programas siempre enfadosos. Presiento y adivino lo que de este libro dirán críticos y lectores: que hay en él páginas acentuadamente naturalistas, al lado de otras saturadas de idealismo romántico. Yo sé que todas son verdad, con la diferencia de darse en la esfera práctica, que llamamos de los hechos, ó en otra no menos real, la del alma. Vida es la vida orgánica, y vida también la psíquica, y tan cierta la impresion que me produce un Nazareno ó una Virgen, como los crudos detalles de La Tribuna, ó las rusticidades de Bucólica. Reclamo todo para el arte, pido que no se desmiembre su vasto reino, que no se mutile su cuerpo sagrado, que sea lícito pintar la materia, el espíritu, la tierra y el cielo.

Para explicar cómo esta teoría no es un eclecticismo de ancha manga, que admita y sancione y dé por buena toda cuanta literatura existe en el orbe, necesitaría yo ahora doblar el tamaño del prólogo, y... tengo compasión del discreto leyente, que de puro bien criado no se atrevería á interrumpirme.

Emilia Pardo Bazán.

La Coruña, Setiembre 5 de 1884.

 

 

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