Evarista, Máximo, Don Urbano, el Marqués, Pantoja.
Pantoja (avanzando despacio). Señores, perdónenme si les he hecho esperar.
Máximo. Enterado el señor de Pantoja del objeto que nos trae a La Penitencia, no necesitaremos repetirlo.
Marqués (benigno). No lo repetimos por no mortificar a usted, que ya dará por perdida la batalla.
Pantoja (sereno, sin jactancia). Yo no pierdo nunca.
Máximo. Es mucho decir.
Pantoja. Y aseguro que Electra, que sabe ya despreciar los bienes terrenos, no aceptará la herencia.
Máximo (conteniendo su ira). ¡Oh!...
Evarista. Ya lo ves: este hombre no se rinde.
Pantoja. No me rindo... nunca, nunca.
Máximo. Ya lo veo. (Sin poder contenerse.) Hay que matarle.
Pantoja. Venga esa muerte.
Marqués. No llegaremos a tanto.
Pantoja. Lleguen ustedes a donde quieran, siempre me encontrarán en mi puesto, inconmovible.
Marqués. Confiamos en la Ley.
Pantoja. Confío en Dios.
Máximo. La Ley es Dios... o debe serlo.
Pantoja. ¡Ah! señores de la Ley, yo les digo que Electra, adaptándose fácilmente a esta vida de pureza, encariñada ya con la oración, con la dulce paz religiosa, no desea, no, abandonar esta casa.
Máximo(impaciente). ¿Podremos verla?
Pantoja. Ahora precisamente no.
Máximo (queriendo protestar airadamente). ¡Oh!
Pantoja. Tenga usted calma.
Máximo. No puedo tenerla.
Evarista. Es la hora del coro. Quiere decir San Salvador que después del rezo...
Pantoja. Justo... Y para que se persuadan de que nada temo, pueden traer, a más del notario, al señor delegado del Gobierno. Mandaré abrir las puertas del edificio... permitiré a ustedes que hablen cuanto gusten con Electra, y si ella quiere salir, salga en buena hora...
Marqués. ¿Lo hará usted como lo dice?
Pantoja. ¿Cómo no, si confío en Dios? (Se miran en silencio Pantoja y Máximo.)
Máximo. Yo también.
Pantoja. Pues si confía, aquí le espero.
Marqués. Volveremos esta tarde. (Coge a Máximo por el brazo.)
Pantoja. Y nosotros a la iglesia. (Salen Don Urbano, Evarista y Pantoja.)