ESCENA PRIMERA

Evarista, Sor Dorotea.

Evarista (entrando con la monja). ¿Don Salvador...?

Dorotea. Ha llegado hace un rato: en el despacho con la Superiora y la Hermana Contadora.

Evarista. Allí le encontrará Urbano. Mientras ellos hablan allá, cuénteme usted, Hermana Dorotea, lo que hace, piensa y dice la niña. Ha sido muy feliz la elección de usted, tan dulce y simpática, para acompañarla de continuo y ser su amiga, su confidente en esta soledad.

Dorotea. Electra me distingue con su afecto, y no contribuyo poco, la verdad, a sosegar su alma turbada.

Evarista (señalando a la sien). ¿Y cómo está de...?

Dorotea. Muy bien, señora. Su juicio ha recobrado la claridad, y ya estaría reparada totalmente de aquel trastorno si no conservara la idea fija de querer ver a su madre, de hablarle, y esperar de ella la solución de su ignorancia y de sus dudas. Todo el tiempo que le dejan libre sus obligaciones religiosas, y algo más que ella se toma, lo pasa embebecida en el patio donde tenemos nuestro camposanto, y en la huerta cercana. Allí, como en nuestro dormitorio, la idea de su madre absorbe su espíritu.

Evarista. Dígame otra cosa: ¿Se acuerda de Máximo? ¿Piensa en él?

Dorotea. Sí, señora; pero en el rezo y en la meditación, su pensamiento cultiva la idea de quererle como hermano, y al fin, según hoy me ha dicho, espera conseguirlo.

Evarista. ¡Su pensamiento! Falta que el corazón responda a esa idea. Bien podría resultar todo conforme a su buen propósito, si la desgracia ocurrida anteayer no torciera los acontecimientos...

Dorotea. ¡Desgracia!

Evarista. Ha muerto nuestro grande amigo, Don Leonardo Cuesta, el agente de Bolsa.

Dorotea. No sabía...

Evarista. ¡Qué lástima de hombre! Hace días se sentía mal... presagiaba su fin. Salió el lunes muy temprano, y en la calle perdió el conocimiento. Lleváronle a su casa, y falleció a las tres de la tarde.

Dorotea. ¡Pobre señor!

Evarista. En su testamento, Leonardo instituye a Electra heredera de la mitad de su fortuna...

Dorotea. ¡Ah!

Evarista. Pero con la expresa condición de que la niña ha de abandonar la vida religiosa. ¿Sabe usted si está enterado de estas cosas Don Salvador?

Dorotea. Supongo que sí, porque él todo lo sabe, y lo que no sabe lo adivina.

Evarista. Así es.

Dorotea (viendo llegar a Don Urbano). El señor Don Urbano.

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