ESCENA IV

Los mismos; Electra.

Electra (dentro). Ja, ja... Rica, otro beso... Tonta tú, tonta yo; pero ya nos entendemos. (Aparece por la izquierda con una preciosa muñeca grande, a la que besa y zarandea. Detiénese como avergonzada.)

Evarista. Niña, ¿qué haces?

Marqués. No la riña usted.

Electra. Mademoiselle Lulú y yo pasamos el rato contándonos cositas.

Don Urbano (al Marqués). Hoy está desatinada.

Electra (alejándose, habla con la muñeca sigilosamente. Los demás la observan). Lulú, ¡qué linda eres!

Pero él es más bonito. ¡Qué feliz será mi amor contigo, y yo con los dos!

Marqués. ¿Sigue tan juguetona, tan...?

Evarista. Desde ayer notamos en ella una tristeza que nos pone en cuidado.

Marqués. Tristeza, idealidad...

Evarista. Y ahora, ya ve usted...

Marqués (cariñoso, acudiendo a ella). Electra, niña preciosa...

Electra (aproximando la cara de la muñeca a la del Marqués). Vaya, Mademoiselle, no seas huraña: da un besito a este caballero. (Antes que el Marqués bese a la muñeca, Electra le da un ligero coscorrón con la cabeza de la misma.)

Marqués. ¡Ah, pícara! Me pega. (Acariciando la barbilla de Electra.) Lulú no se enfadará si digo que su amiguita me gusta más.

Evarista. Una y otra tienen el mismo seso.

Don Urbano. ¿Y qué hablas con tu muñeca?

Electra. A ratos le cuento mis penas.

Evarista. ¡Penas tú!

Electra. Sí, penas yo. Y cuando nos ve usted tan calladitas, es que pensamos en cosas pasadas...

Marqués. Le interesa lo pasado. Señal de reflexión.

Evarista. ¿Pero qué dices? ¿Cosas pasadas?

Electra. Del tiempo en que nací. (Con gravedad.) El día en que yo vine al mundo fue un día muy triste, ¿verdad? ¿Alguno de ustedes se acuerda?

Evarista. ¡Pero cuánto disparatas, hija! ¿No te avergüenzas de que el señor Marqués te vea tan destornillada...?

Electra. Crea usted que los tontos más tontos, y los niños más niños, no hacen sus simplezas sin alguna razón.

Marqués. Muy bien.

Evarista. ¿Y qué razón hay de este juego impropio de tu edad?

Electra (mirando al Marqués que sonríe a su lado). Ahora no puedo decirlo.

Marqués. Eso es decir que me vaya.

Evarista. ¡Niña!

Marqués. Si ya me iba. Siento que mis ocupaciones no me dejen tiempo para recrearme en los donaires de esta criatura. Adiós, Electra; vuelvo a las cinco para llevármela a usted.

Electra. ¡A mí!

Don Urbano. Sí, hija: vamos a la inauguración de Las Esclavas.

Electra. ¿Yo también?

Evarista. Ya puedes irte arreglando.

Electra (asustada). Habrá mucha gente. ¡Ay! la gente me causa miedo. Me gusta la soledad.

Marqués. ¡Si estaremos como en familia...! Vaya, no me detengo más.

Evarista. Hasta luego, Marqués.

Marqués (a Electra). A las cinco, niña; y que aprendamos la puntualidad. (Se va por el fondo con Don Urbano.)

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