ESCENA VI

Máximo, Electra.

Electra (entrando con una cazuela humeante). Aquí está lo bueno.

Máximo. ¿A ver, a ver qué has hecho? ¡Arroz con menudillos! La traza es superior. (Se sienta.)

Electra. Elógialo por adelantado, que está muy bien... Verás. (Se sienta.)

Máximo. Se me ha metido en mi casa un angelito cocinero...

Electra. Llámame lo que quieras, Máximo; pero ángel no me llames.

Máximo. Ángel de cocina... (Ríen ambos.)

Electra. Ni eso. (Haciéndole el plato.) Te sirvo.

Máximo. No tanto.

Electra. Mira que no hay más. He creído que en estos apuros, vale más una sola cosa buena que muchas medianas. (Empiezan a comer.)

Máximo. Acertadísimo... ¿Sabes de qué me río? ¡Si ahora viniera Evarista y nos viera, comiendo, así, solos...!

Electra. ¡Y cuando supiera que la comida está hecha por mí!...

Máximo. Chica, ¿sabes qué este arroz está muy bien, pero muy bien hecho...?

Electra. En Hendaya, una señora valenciana fue mi maestra: me dio un verdadero curso de arroces. Sé hacer lo menos siete clases, todas riquísimas.

Máximo. Vaya, chiquilla, eres un mundo que se descubre...

Electra. ¿Y quién es mi Colón?

Máximo. No hay Colón. Digo que eres un mundo que se descubre solo...

Electra (riendo). Pues por ser yo un mundito chiquito, que se cree digno de que lo descubran, ¡pobre de mí! determinarán hacerme monja, para preservarme de los peligros que amenazan a la inocencia.

Máximo (después de probar el vino, mira la etiqueta). Vamos, que no has traído mal vino.

Electra. En tu magnífica bodega, que es como una biblioteca de riquísimos vinos, he escogido el mejor Burdeos, y un Jerez superior.

Máximo. Muy bien. No es tonta la bibliotecaria.

Electra. Pues sí. Ya sé lo que me espera: la soledad de un convento...

Máximo. Me temo que sí. De ésta no escapas.

Electra (asustada). ¿Cómo?

Máximo (rectificándose). Digo, sí: te escapas... te salvaré yo...

Electra. Me has prometido ampararme.

Máximo. Sí, sí... Pues no faltaba más...

Electra (con gran interés). Y ¿qué piensas hacer? dímelo...

Máximo. Ya verás... la cosa es grave...

Electra. Hablas con la tía... y...¿qué más?

Máximo. Pues... hablo con la tía...

Electra. ¿Y qué le dices, hombre?

Máximo. Hablo con el tío...

Electra (impaciente). Bueno: supongamos que has hablado ya con todos los tíos del mundo... Después...

Máximo. No te importe el procedimiento. Ten por seguro que te tomaré bajo mi amparo, y una vez que te ponga en lugar honrado y seguro, procederé al examen y selección de novios. De esto quiero hablar contigo ahora mismo.

Electra. ¿Me reñirás?

Máximo. No: ya me has dicho que te hastía el juego de muñecos vivos, o llámense novios.

Electra. Buscaba en ello la medicina de mi aburrimiento, y a cada toma me aburría más...

Máximo. ¿Ninguno ha despertado en ti un sentimiento... distinto de las burlas?

Electra. Ninguno.

Máximo. ¿Todos se te han manifestado por escrito?

Electra. Algunos... por el lenguaje de los ojos, que no siempre sabemos interpretar. Por eso no los cuento.

Máximo. Sí: hay que incluirlos a todos en el catálogo, lo mismo a los que tiran de pluma que a los que foguean con miraditas. Y henos aquí frente al grave asunto que reclama mi opinión y mi consejo. Electra, debes casarte, y pronto.

Electra (bajando los ojos, vergonzosa). ¿Pronto?... Por Dios, ¿qué prisa tengo?

Máximo. Antes hoy que mañana. Necesitas a tu lado un hombre, un marido. Tienes alma, temple, instintos y virtudes matrimoniales. Pues bien: en la caterva de tus pretendientes, forzoso será que elija yo uno, el mejor, el que por sus cualidades sea digno de ti. Y el colmo de la felicidad será que mi elección coincida con tu preferencia, porque no adelantaríamos nada, fíjate bien, si no consiguiera yo llevarte a un matrimonio de amor.

Electra. (con suma espontaneidad). ¡Ay, sí!

Máximo. A la vida tranquila, ejemplar, fecunda, de un hogar dichoso...

Electra. ¡Ay, qué preciosidad! ¿Pero merezco yo eso?

Máximo. Yo creo que sí... Pronto se ha de ver. (Concluyen de comer el arroz.)

Electra. ¿Quieres más?

Máximo. No, hija: gracias. He comido muy bien.

Electra (poniendo el frutero en la mesa). De postre no te pongo más que fruta. Sé que te gusta mucho.

Máximo (cogiendo una hermosa manzana). Sí, porque esto es la verdad. No se ve aquí mano del hombre... más que para cogerla.

Electra. Es la obra de Dios. ¡Hermosa, espléndida, sin ningún artificio!

Máximo. Dios hace estas maravillas para que el hombre las coja y se las coma... Pero no todos tienen la dicha o la suerte de pasar bajo el árbol... (Monda una manzana.)

Electra. Sí pasan, sí pasan... pero algunos van tan abstraídos mirando al suelo, que no ven el hermoso fruto que les dice: «Cógeme, cómeme.» Y bastaría que por un momento se apartasen de sus afanes, y alzaran los ojos...

Máximo (contemplándola). Como alzar los ojos, yo... ya miro, ya...

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