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Hallábase Roma en el año treinta y siete del reinado de Rómulo, y siendo el siete del quinto mes, día que hoy se llama las Nonas Capratinas, celebraba Rómulo fuera de la ciudad cierto sacrificio público junto al lago llamado de la Cabra, con asistencia del Senado y de la mayor parte del pueblo, cuando de repente se notó en el aire una grandísima alteración, que arrojó lluvia sobre la tierra con viento y tempestad; y sucedió que, sobrecogida la muchedumbre, huyó y se dispersó, y el rey desapareció, sin que se le hubiese podido encontrar, ni su cadáver tampoco, si había muerto; de lo que se originó una terrible sospecha contra los patricios, y corrió la voz en el pueblo de que incomodados ya de antemano con ser súbditos, y queriendo apoderarse de la autoridad, habían muerto al rey; porque parecía también que últimamente los había tratado con demasiada aspereza y despotismo. Lograron, con todo, curarse de esta sospecha, confiriendo a Rómulo honores divinos, como que no había muerto, sino que le había cabido mejor suerte, y jurando Proclo, uno de los más ilustres, haber visto a Rómulo que con armas era elevado al cielo, y haber oído una voz que le mandaba se le diese el nombre de Quirino. Mas otra nueva turbación y alboroto agitó luego a la ciudad con motivo de la elección del futuro rey; no hallándose todavía bien incorporados los forasteros con los primeros ciudadanos, estando inquieto el pueblo en sí mismo, y recelándose los patricios unos de otros por diferencias que también había entre ellos. Convenían todos en que se eligiese un rey; pero altercaban y estaban divididos, no sólo en cuanto a la persona, sino también en cuanto al pueblo de donde se tomaría este caudillo; porque a los primeros que con Rómulo fundaron la ciudad no se les hacía tolerable que, habiendo admitido a los Sabinos a participación de la ciudad y del territorio, se les precisase a ser dominados de los que habían recibido estos beneficios; y en favor de los Sabinos militaba la razón sumamente equitativa de que, muerto Tacio su rey, no se habían conmovido contra Rómulo, sino que le habían dejado reinar solo; y así, parecía que les tocaba otra vez el que se tomase el caudillo de entre ellos, puesto que no habían sido un pueblo subyugado que se hubiese unido a otro más poderoso, y que con su unión había crecido tanto en población la ciudad y se había aumentado tanto su grandeza. Con este motivo, pues, andaban alterados; mas, para que el alboroto no parase por la anarquía en disolución, permaneciendo suspenso el gobierno, dispusieron los patricios que, siendo ellos ciento y cincuenta, tomando cada uno separadamente las insignias reales haría a los Dioses los sacrificios establecidos, y despacharía seis horas de la noche por Tacio y seis del día por Quirino; pareciendo que esta distribución así hecha con respecto a uno y otro tenía una completa igualdad para los que mandaban, y que la mudanza de la autoridad quitaba al pueblo todo motivo de envidia, al ver que una misma persona en el mismo día y en la misma noche pasaba de rey a ser particular; y a este modo de gobernarse le llaman los romanos interregno.

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