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Y si ha de entrar en cuenta con estos yerros, la fortuna que vino por ocasión de Pompeyo fue inesperada para los Romanos, mientras que cuando Agesilao a los Lacedemonios, que lo habían oído, y estaban por tanto enterados, no les dejó precaverse del reino cojo: pues aunque mil veces hubiera sido convencido Leotíquidas de extraño y bastardo, no hubiera faltado a la línea Euripóntide, rey legitimo y firme de pies, si Lisandro no hubiera echado un tenebroso velo sobre el oráculo por favorecer a Agesilao. Ahora, por lo que hace al recurso que excogitó Agesilao en la dificultad que causaban los que habían huido en la batalla de Leuctras, que fue el de mandar que por aquel día durmiesen las leyes, jamás se inventó otro igual, ni tenemos ninguno de Pompeyo a que compararle. Por el contrario, éste ni siquiera daba valor a las leyes que él mismo había dictado cuando se trataba de hacer ver a los amigos la grandeza de su poder; pero aquel, puesto en el estrecho de desatar las leyes por salvar a los ciudadanos, encontró medio para que aquellos no perjudicasen y para no desatarlas porque perjudicaban. También pongo en cuenta de la virtud política de Agesilao otro rasgo inimitable, cual fue haber levantado mano de sus hazañas en el Asia apenas recibió la orden de los Éforos, pues no sirvió a la república al modo de Pompeyo en aquello sólo que a él le hacía grande, sino que, mirando únicamente al bien de la patria, abandonó un poder y una gloria a los que antes ni después llegó ningún otro, a excepción de Alejandro.

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