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Tengo por cierto haber sido también Aristóteles quien principalmente inspiró a Alejandro su afición a la Medicina, pues no sólo se dedicó a la teórica, sino que asistía a sus amigos enfermos y les prescribía el régimen y medicinas convenientes, como se puede inferir de sus cartas. En general, era naturalmente inclinado a las letras, a aprender y a leer; y como tuviese a la Ilíada por guía de la doctrina militar, y aun le diese este nombre, tomó corregida de mano de Aristóteles la copia que se llamaba La Ilíada de la caja, la que, con la espada, ponía siempre debajo de la cabecera, según escribe Onesícrito. No abundaban los libros en Macedonia, por lo que dio orden a Hárpalo para que los enviase; y le envió los libros de Filisto, muchas copias de las tragedias de Eurípides, de Sófocles y de Esquilo, y los ditirambos de Telestes y de Filóxeno. Al principio admiraba a Aristóteles y le tenía, según decía él mismo, no menos amor que a su padre, pues si del uno había recibido el vivir, del otro el vivir bien; pero al cabo de tiempo tuvo ciertos recelos de él, no hasta el punto de ofenderle en nada, sino que el no tener ya sus obsequios el calor y la viveza que antes daba muestras de aquella indisposición. Sin embargo, el amor y deseo de la filosofía que aquel le infundió ya no se borró nunca de su alma, como lo atestiguan el honor que dispensó a Anaxarco, los cincuenta talentos enviados a Jenócrates y el amparo que en él hallaron Dandamis y Calano.

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