Después de esta batalla de Iso envió tropas a Damasco y se apoderó del caudal, de los equipajes y de los hijos y de las mujeres de los Persas; de todo lo cual tomaron la mayor parte los soldados de la caballería tésala, porque como se hubiesen distinguido en la acción por su valor, de intento los envió con ánimo de que tuvieran esta mayor utilidad. Sin embargo, aún pudo satisfacerse de botín y riqueza todo el resto del ejército; y habiendo empezado allí los Macedonios a tomar el gusto del oro, de la plata, de las mujeres y del modo de vivir asiático, se aficionaron, a la manera de los perros, a ir como por el rastro en busca y persecución de la riqueza de los Persas. Parecióle con todo a Alejandro que su primer cuidado debía ser asegurar toda la parte marítima, y espontáneamente vinieron los reyes a entregarle a Chipre y la Fenicia, a excepción de Tiro. Al séptimo mes de tener sitiada a Tiro con trincheras, con máquinas y con doscientas naves, tuvo un sueño, en el que vio que Heracles le alargaba desde el muro la mano y le llamaba. A muchos de los Tirios les pareció asimismo entre sueños que Apolo les decía se pasaba a Alejandro, pues, no le era agradable lo que se hacía en la ciudad; pero ellos, mirando al dios como a un hombre que a su antojo se pasase a los enemigos, echaron cadenas a su estatua y la clavaron al pedestal, llamándole alejandrista. Tuvo Alejandro otra visión entre sueños, y fue aparecérsele un sátiro, que de lejos se puso como a juguetear con él, y, queriendo asirle, se le huía; pero al fin, a fuerza de ruegos y carreras, se le vino a la mano. Los adivinos, partiendo así el nombre sátiros, le dijeron con cierta apariencia de verosimilitud: “Tuya será Tiro”; y todavía muestran la fuente junto a la cual pareció haber visto en sueños al sátiro. En medio del sitio, haciendo la guerra a los Árabes que habitan el Antelíbano, se vio en gran peligro a causa de su segundo ayo, Lisímaco, que se empeñó en seguirle, diciendo que no se tenía en menos ni era más viejo que Fénix. Acercáronse a la montaña, y dejando los caballos caminaban a pie; los demás se adelantaron mucho, y él, no sufriéndole el corazón abandonar a Lisímaco, cansado ya y que andaba con trabajo porque cargaba la noche y los enemigos se hallaban cerca, no echó de ver que estaba muy separado de sus tropas con sólo unos pocos, y que iba a tener que pasar en un sitio muy expuesto aquella noche, que era sumamente oscura y fría. Vio, pues, a lo lejos encendidas con separación muchas hogueras de los enemigos, y confiado en su agilidad y en estar hecho a continuas fatigas, para consolar en su incomodidad a los Macedonios corrió a la hoguera más próxima, y pasando con la espada a dos bárbaros que se calentaban a ella cogió un tizón y volvió con él a los suyos. Encendieron también una gran lumbrada, con lo que asustaron a los enemigos; de manera que unos se entregaron a la fuga, y a otros que acudieron los rechazaron, y pasaron la noche sin peligro, así es como lo refirió Cares.