Filotas, hijo de Parmenión, era el de mayor autoridad y dignidad entre los Macedonios, porque había dado pruebas de valor y sufrimiento, y en cuanto a dadivoso y amigo de sus amigos, ninguno más que él, después de Alejandro. Dícese que pidiéndole en una ocasión dinero uno de sus amigos, mandó que se le diera; y respondiendo el mayordomo que no tenía, “¿Qué dices? -le replicó-, ¿no tienes tampoco un vaso o una ropa?” Su engreimiento de ánimo, la ostentación de su riqueza y el servicio y aparato relativo a su persona eran de más boato de lo que a un particular correspondía; y entonces, imitando la grandeza y majestad de un rey, con mucho cuidado, pero sin ninguna gracia, en sólo lo extravagante y que más daba en ojos, no le granjeaba este porte más que sospechas y envidia; tanto, que el padre le dijo en una ocasión: “Dame, hijo, el gusto de valer menos”. Para con Alejandro ya hacía tiempo que había empezado a caer en descrédito, porque cuando se tomaron tantas riquezas en Damasco, después de conseguida la victoria contra Darío en la Cilicia, entre los muchos cautivos conducidos al campamento se encontró una joven, natural de Pidna y de bella figura, llamada Antígona. Apropiósela Filotas, y, lo que es natural con una nueva amiga, entre el vino y los placeres, tuvo confianzas con ella sobre cosas políticas y de la guerra, y, atribuyéndose a sí mismo y a su padre los hechos más señalados, llamaba a Alejandro muchachuelo y decía que por ellos había adquirido su reinado. Comunicó Antígona estas conversaciones a uno de sus amigos, y éste, como está en el orden, a otro; de manera que llegaron a los oídos de Crátero, quien, tomando a la mujer consigo, la condujo secretamente ante Alejandro. Luego que éste la hubo escuchado, le previno que continuara en la amistad de Filotas y todo cuanto le oyera viniese y se lo revelara.