De allí a breve tiempo ocurrió el lastimoso acontecimiento de Clito: para los que meramente lo oyen, más cruel que el de Filotas; pero para los que reflexionan sobre el tiempo y la ocasión, efecto más bien de desgracia del rey que de su voluntad y su intención, siendo la mala suerte de Clito la que en la ira y en la embriaguez proporcionó la causa, y sucedió de esta manera. Llegaron algunos trayendo al rey por mar frutas de la Grecia; él, maravillado de su frescura y belleza, llamó a Clito con ánimo de mostrárselas y de partir con él. Hallábase Clito haciendo un sacrificio, y dejándolo marchó allá al punto, y tres de las reses, sobre las que había hecho libación, le siguieron. Entendió esto el rey y comunicó el caso con los adivinos Aristandro y Cleomantis, de Lacedemonia, los cuales dijeron ser aquella mala señal; el rey mandó que inmediatamente se sacrificara por Clito; porque hacía tres días que él mismo había tenido entre sueños una visión extraña: habíale parecido que veía a Clito sentado, con vestido negro, entre los hijos de Parmenión, que todos eran muertos. Clito no se había prevenido con el sacrificio, sino que sin dilación marchó a cenar con el rey, que había sacrificado a los Dioscuros. Bebióse largamente, y se empezaron a cantar los versos de un tal Pránico, o, según dicen otros, de Pierión, compuestos para escarnio y burla de los generales vencidos poco antes por los bárbaros. Lleváronlo a mal los ancianos, y profirieron denuestos contra el poeta y contra el cantor; pero Alejandro le oía con gusto y mandaba que continuase. Clito, ya demasiado caliente con el vino, y que de suyo era pronto e insolente, se incomodó, diciendo no ser del caso que entre bárbaros y enemigos se tratara de afrentar a unos Macedonios que valían harto más que los que de ellos se burlaban, aunque hubiesen sido desgraciados. Repuso Alejandro que Clito defendía su propio pleito al llamar desgracia a la cobardía; a lo que, puesto ya en pie Clito: “Pues esta cobardía -le dijo- te salvó a ti, descendiente de los dioses, cuando ya tenías encima la espada de Espitridates, y a la sangre de los Macedonios y a estas heridas debes el haberte elevado a tal altura, que te das por hijo de Amón, renunciando a Filipo.”