Luego que hubo arreglado los sacerdocios, edificó junto al templo de Vesta la que se llamó Regia, esto es, Casa o Palacio Real, y allí pasaba la mayor parte del tiempo ocupado en las cosas sagradas o instruyendo a los sacerdotes, o entreteniéndose con ellos en la investigación de las cosas tocantes a la divinidad. Tenía otra casa el collado Quirinal, cuyo sitio se muestra todavía. En las grandes fiestas, y generalmente en todas las procesiones sacerdotales, iban ciertos ministros por la ciudad previniendo el reposo, y que se cesase en todo trabajo: porque así como se dice de los Pitagóricos que no consentían se adorase u orase a los Dioses de paso, sino yendo de casa preparados y dispuestos, de la misma manera creía Numa que los ciudadanos no debían oír ni ver de paso y sin propósito nada de lo perteneciente a la religión, sino estando desembarazados de todo otro cuidado, y aplicando sus sentidos, como a la obra más grande, a la que tenía por objeto a la piedad; para lo que se preparaba que las calles estuviesen libres de los ruidos, alborotos y voces que suelen acompañar a los trabajos indispensables y manuales. Consérvase aún hoy cierto vestigio, cuando al tiempo que el cónsul se ocupa en atender a las aves, o en sacrificar, gritan los ministros: hoc age; expresión que significa haz lo que haces, y con ella se excita a la atención y a la compostura a los que se hallan presentes. En todas las demás exhortaciones o sentencias suyas se notaba gran semejanza con las de los Pitagóricos; porque así como éstos prevenían: “no te sientes sobre el celemín; no revuelvas el fuego con la espada; cuando vas peregrinando no mires atrás; a los Dioses celestiales se ha de sacrificar en número impar, y en número par a los infernales”, cuyo sentido de todas ellas lo reservaban a la muchedumbre, de la propia manera algunas disposiciones de Numa tienen un sentido oscuro, como éstas: “no se ha de hacer libación a los Dioses con vino de viña no podada; ni se les ha de sacrificar sin harina; se ha de hacer adoración volviéndose, y los que han adorado deben sentarse”. Las primeras parece que enseñan el cultivo de la tierra, haciéndolo parte de la religión; el volverse para adorar se dice que es una imitación del movimiento circular del mundo; a no ser que parezca mejor, que mirando los templos al oriente, con volverse de aquella región a la opuesta el que adora, y luego convertirse otra vez hacia el dios, haciendo un círculo, consuma de una y otra parte sus preces: o lo que quizá es más cierto, esta mudanza de postura nos muestra y enseña una cosa muy parecida a las ruedas egipcias, a saber: que nada hay estable en las cosas humanas, y, por tanto, conviene que como a Dios le parezca hacer y deshacer en nuestra vida, estemos nosotros contentos, y así lo recibimos de su mano. El sentarse después de haber adorado dicen que es agüero con el que se confirman nuestras preces y se da permanencia a nuestro bien. Dicen también que el sentarse produce división de actos, y que, poniendo término a la primera acción, se sientan en presencia de los Dioses para comenzar otra bajo sus auspicios. Puede también guardar esto conformidad con lo que ya se dijo, acostumbrándonos el legislador a no acercarnos a las cosas divinas de paso cuando entendemos en otros negocios y como de prisa, sino cuando tenemos tiempo y estamos desocupados.