Aquellos treinta mil jóvenes que había dejado para que se ejercitaran e instruyeran dieron muestras de valor en sus personas, y como además fuesen de recomendable figura, y dóciles y prontos para lo que se les encargaba, Alejandro se manifestó muy satisfecho; pero de los Macedonios se apoderó el disgusto y el recelo, pareciéndoles que el Rey hacía menos caso de ellos. Por lo tanto, como hubiese dispuesto licenciar a los enfermos y estropeados, enviándolos por mar, dijeron que era una afrenta y un oprobio haberse valido de aquellos hombres para todo y desecharlos ahora con vergüenza, y arrojarlos a su patria y a su familia, no habiéndolos recibido de aquella manera. Dijéronle, pues, que no dejara a ninguno, y antes mirara como inútiles a todos los Macedonios, debiendo bastarle aquellos jovencitos bailarines, con los que podía ir a conquistar todo el orbe. Incomodóse Alejandro con esto sobre manera, y habiéndoles dicho mil denuestos con el calor de la ira les mandó salir de su presencia; encomendó as guardias a los Persas, y tomó de ellos sus ayudantes y sus ministros; y entonces, cuando ya le vieron acompañado de éstos, y a sí mismos desechados y vilipendiados, se abatieron, trabaron pláticas entre sí, y se convencieron de que les faltaba poco para estar locos de celos y de cólera. Por fin, vueltos en sí, se fueron sin armas y en ropilla al palacio, ofreciéndosele a discreción con lamentos y suspiros y pidiéndole que no los tratara como a hombres malos e ingratos. No les hizo caso, a pesar de que ya estaba aplacado; y ellos no desistieron, sino que le rodearon de aquella manera dos días y dos noches y continuaron en sus plegarias, llamándole amo y señor. Al tercer día salió, y, viéndolos miserables y abatidos, no pudo contener las lágrimas por largo rato. Reprendiólos después con blandura, y saludándolos afablemente licenció a los inútiles, remunerándolos con largueza, y escribiendo a Antípatro que en todos los juegos y en todos los teatros se sentaran coronados en lugar preferente. Señaló asimismo pensiones a los hijos huérfanos de los que habían muerto.