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El orador Demades, que gozó de gran poder en Atenas por gobernar a gusto de los Macedonios y de Antípatro, como se viese precisado a escribir y decir muchas cosas nada dignas de la majestad y de las costumbres de aquella república, sostenía que era merecedor de perdón, porque gobernaba los naufragios de ella. Esta expresión, aunque bastante atrevida, podría parecer verdadera si se trasladase y aplicase al gobierno de Foción. Porque en cuanto a Demades, él era verdaderamente el naufragio de la república, por haber vivido y gobernado tan indecentemente, que cuando ya era viejo decía en vituperio suyo Antípatro que a manera de sacrificio consumado no quedaba de él más que la lengua y el vientre, mientras que a la virtud de Foción, que fue puesta a prueba con el tiempo que le cupo, como con un enemigo poderoso y violento, los infortunios de la Grecia la marchitaron y deslucieron en punto a gloria. Pues no se ha de dar crédito a Sófocles, que hace apocada y débil a la virtud en estos versos: Que de su asiento, oh rey, es conmovida la razón del que en males es probado aunque antes con bríos se mostrase; y sólo se ha de dar a la fortuna tanto poder sobre los hombres justos y buenos cuanto baste a esparcir contra ellos calumnias y rumores siniestros, en lugar del honor y agradecimiento que se les debía, con detrimento del crédito y aprecio de la virtud.

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