Lo dicho arriba sucedió a Catón el menor; porque tampoco éste tuvo unas costumbres suaves y gratas a la muchedumbre, ni fue la condescendencia el lado por donde floreció su gobierno, sino que, por usar de su carácter, como si gobernara en la república de Platón, y no en las heces de Rómulo, según expresión de Cicerón, sufrió repulsa en la petición del consulado; en lo que me parece tuvo la suerte de los frutos que vienen fuera de tiempo, pues así como a éstos los vemos y los admirarnos, pero no gozamos de ellos, de la misma manera la vieja usanza de Catón, empleada después de largo tiempo, cuando la conducta de los hombres estaba estragada y las costumbres perdidas, tuvo, sí, gran nombradía y gloria, pero en la práctica no fue de provecho; porque lo grande y profundo de su virtud se medía mal con los tiempos que alcanzó. No estaba su patria próxima a perecer, como lo estaba ya la de Foción, aunque sí se hallaba agitada y conmovida de grandes tempestades, y sólo con echar mano de las velas y los cables al lado de los que eran más poderosos, separado del timón y del gobierno, sostuvo una gran lucha con la fortuna, la que al cabo triunfó y le enseñoreó de la república; pero no fue sino a duras penas, con lentitud, y pasado largo tiempo; y estuvo en muy poco el que ésta no se recuperara y volviera en sí, precisamente por Catón, y por la virtud de Catón, con la que compararemos la de Foción, como de dos varones justos y aventajados en la política, sin que por esto se entienda ser nuestro intento que se les tenga por del todo semejantes. Porque ciertamente hay diferencia de fortaleza a fortaleza, como de la de Alcibíades a la de Epaminondas; de prudencia a prudencia, como de la de Temístocles a la de Aristides; y de justicia a justicia, como de la de Numa a la de Agesilao; y con todo, las virtudes de estos dos grandes hombres llevan grabados hasta las últimas y más imperceptibles diferencias un mismo carácter, una misma forma y un mismo color de costumbres, como si con una misma medida se hubieran mezclado la humanidad con la entereza, la fortaleza con la precaución, la solicitud por los otros y la impavidez por sí mismo, el cuidado en evitar las cosas torpes y la firmeza en sostener la justicia: todo nivelado e igualado en ambos con tal exactitud, que se necesitaría de un ingenio muy delicado y exquisito, con el que, como con un instrumento muy fino, se investigasen y señalasen las diferencias.