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Fue, según dicen, el primero que edificó un templo de la Fe y del Término, enseñando a los Romanos a tener el de la Fe por el mayor de todos los juramentos, lo que hasta hoy observan. El Término venía a ser un linde o mojón, y le hacen sacrificios pública y privadamente en los mismos linderos de los campos, ahora de víctimas animadas; pero en lo antiguo era incruento este sacrificio, discurriendo Numa que el dios Término, que es el conservador de la paz y el testigo de la justicia, debe conservarse puro de toda muerte. Parece haber sido este mismo Rey el que hizo el apeo de todo el territorio, no habiendo querido Rómulo confesar con la medida de lo propio la ocupación de lo ajeno, diciendo que el término, cuando se guarda, es el vínculo del poder; pero argumento de injusticia cuando se traspasa. Y en verdad que no era extenso el territorio de la ciudad desde el principio, sino que la mayor parte la había adquirido Rómulo con las armas; repartióla, pues, toda Numa a los ciudadanos más necesitados, removiendo la pobreza como preciso origen de injusticia, e inclinando hacia la agricultura al pueblo, cultivado a una con el suelo, porque entre las profesiones de los hombres ninguna engendra tan poderoso y pronto amor a la paz como la vida del campo, en la que queda aquella parte del valor guerrero que inclina a pelear por su propiedad y se corta la parte que excita a la violencia y a la codicia. Por esta razón, Numa inspiró a sus ciudadanos la agricultura como filtro de paz; y mirando este arte como productor más bien de costumbres que de riqueza, dividió el terreno en partes o términos, que llamó pagos, y sobre cada uno puso inspectores y celadores. En ocasiones también, infiriendo y conjeturando por las obras la conducta de los ciudadanos, a unos los elevó a los honores y a los cargos, y reprendiendo y reconviniendo a otros los hizo mejores.

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